Como los presos privados de la libertad soportamos una dura condena: la privación de la esperanza. Hoy, las narraciones sociales difícilmente tienen un final feliz que deje, al menos, una puerta abierta a la esperanza. Toca afrontar un mundo complejo que nos obliga a vivir en permanente estado de incertidumbre y de zozobra: el despertar abrupto de bloques geopolíticos, intereses y guerras, la amenaza atómica, los populismos inhumanos de izquierda y derecha, la democracia siempre amenazada, la crisis energética y económica, el poder tiránico que ejerce el narcotráfico, la violencia desatada, el sicariato, las cárceles convertidas en camales, … Todo ello genera un pesimismo profundo, enraizado en el corazón del pueblo. ¿Quién volteará esta página de nuestra historia? ¿Quién será el iluminado que salve al mundo del presente caos? ¿Podrá el próximo mesías ecuatoriano enfrentarse al poder omnímodo del narcotráfico, a sus inmensas reservas económicas? Entre dolores y dudas, miedos y desconfianzas, se va instalando la mirada desencantada sobre un futuro difícil de afrontar.
Aunque no siempre lo logro, me esfuerzo por desterrar el pesimismo y, a pesar de todo, quisiera decir una palabra de esperanza. Pienso en todo lo bueno que me rodea: personas, proyectos, sueños y voluntades. Sobre todo, en cuantos hambrientos de sentido trabajan por la justicia y por la paz; en los sufridos de este mundo que no se conforman y alimentan, aunque sea de forma humilde, las mejores esperanzas. Es a ellos a quienes tenemos que apoyar. Sería terrible que, en medio de esta refriega, nos privaran de la esperanza y renunciáramos a la tarea cotidiana de construir un mundo mejor.
Puede que esta sea para muchos de nosotros una hora de fe que ilumine el enigma del dolor y de la muerte y nos permita, frente al mal, apostar por el bien, la compasión y la paz. Algo de esto habrá que plantar en los foros internacionales. Puede que también en nuestro corazón y en la entraña de nuestro pueblo. Necesitamos un optimismo caro (no barato) y ético (no oportunista). Ah, y no se olviden de rezar. La oración purifica las intenciones y nos compromete.