¿A dónde vamos?
Durante las últimas semanas he leído varias veces, en esta y otras páginas editoriales, la pregunta que da título a estas líneas, y casi siempre la he encontrado repetida a propósito de las incertidumbres económicas que a todos nos preocupan. Convencido, sin embargo, de que la economía no es todo lo que importa, yo me he planteado la misma pregunta en torno a la descomposición de la sociedad contemporánea, que es ya inocultable, aunque a muy pocos parece preocuparnos.
Aquí, escuelas convertidas en el tristísimo escenario de la depravación más repugnante; familias atravesadas por la catástrofe del femicidio consumado ante los ojos de los niños; cadáveres que se encuentran en quebradas apartadas o en calles concurridas; rateros que hacen de las suyas; señorones que se dicen respetables y perfeccionan procedimientos “legales” para millonarias defraudaciones; jóvenes que se encuentran atrapados por la droga; empresas que acumulan millones con el infame comercio de la riega por el mundo; organizaciones políticas que se dividen en pequeños fragmentos al calor de discrepancias o menguadas ambiciones…
Más allá, mujeres de todas las edades que reivindican el supuesto derecho de asesinar al más débil de todos los humanos bajo el pretexto de decidir sobre su propio cuerpo; parejas enamoradas que van a las Bahamas mientras otros atraviesan caminando países extranjeros en angustiosa fuga de los imaginarios paraísos; tonsurados que interpretan a su modo aquello de dejar que se acerquen los niños; brutales represiones practicadas sin pudor en nombre de un desaparecido socialismo; desmoronamiento incontenible de una república ante los ojos de una diplomacia que celebra reuniones y pronuncia grandilocuentes declaraciones de honda, pero inútil preocupación e impotencia...
Aun más lejos, hombres y mujeres de todas las edades se dejan aprisionar por la tonta fascinación de los artilugios de bolsillo que hacen de periódicos, correos, enciclopedias, pasquines, y a veces, de vez en cuanto, hasta teléfonos; técnicas que se apoderan de nuestra capacidad de tomar decisiones; mares que tendrán dentro de poco más plásticos que peces; guerras sangrientas ante organismos de paz que se cruzan de brazos; mareas enormes de migrantes que buscan apenas la esperanza…
Como si nada de esto sucediera, los bares y restaurantes se llenan en todas partes de gente satisfecha; los espectáculos de la farándula entretienen a la gente y reemplazan a la auténtica cultura; las salas de cine se repletan cada tarde… Hemos sustituido los valores por pequeños ídolos de barro; nos hemos vuelto contra nosotros mismos, contra nuestro planeta, mientras especulamos con la conquista de otros mundos; hemos llegado a la peor degradación de nuestra especie y lo celebramos como triunfo.
¿A dónde vamos? ¿Qué ha pasado a la humanidad, qué maldición ha recibido nuestro tiempo?