Nos encontramos -y me avisan si a alguien le queda alguna duda- frente a un régimen práctico hasta la médula y camaleónico por vocación y conveniencia. Se trata, claro, de un régimen que no tiene ningún empacho (sin siquiera sonrojarse, sin necesidad de que se la mueva ni un músculo de la cara) en transitar en pocos días por todo el espectro posible de la política, con la habilidad de un versado equilibrista y, hay que reconocerlo, con cierta gracia y desenvoltura.
Estamos en presencia de un régimen, sin miramiento en el tiempo, indiferente a los límites del poder, que una mañana -cualquiera de estas soleadas mañanas- puede irreprochablemente amanecer del mejor ánimo de derechas a pesar de que la noche anterior se haya acostado en el lado izquierdo de la cama. Puede perfectamente ponerse de pie sin resaca y luego de una ruidosa y dispendiosa pachanga petrolera.
Es que, con cada vez más claridad y frecuencia, muestra sus uñas conservadoras. En vista de su esencia católica, hay temas que simplemente no se tocan, asuntos que no ameritan debate. El mejor ejemplo es el no-debate sobre el aborto: la cuestión sigue siendo, como desde hace décadas, el más grande de los tabúes, como si se tratara de la discusión sobre un pecado, como si fuera un asunto divino y no terreno (y de salud pública). La posibilidad de que la mujer pueda decidir de forma libre sobre la interrupción de su embarazo no amerita consideración alguna. La posibilidad de que no sean incumbencia del Estado la planificación familiar, el sexo como actividad de placer, recreación o estética, peor todavía. Ni se diga sobre el matrimonio igualitario -es decir la posibilidad de que dos personas del mismo sexo puedan casarse legal y civilmente- a pesar de que, se supone, la Constitución ecuatoriana es de las más avanzadas del mundo. Progresistas, pero no tanto.
Nos encontramos frente a un régimen que defiende, cuchillo entre los dientes, sus logros en políticas sociales, sus ideas en materia de educación y que cree a pie juntillas en el valor de las infraestructuras públicas, al tiempo que se opone a cualquier “intromisión” (a pesar de que Ecuador es miembro de la Organización de Estados Americanos) del sistema interamericano de derechos fundamentales. Vemos, con cierto asombro, cómo se puede virar el timón de Beijing a Washington D.C en poco tiempo, y aceptar créditos chinos en ejercicio rabioso de lo que el régimen entiende por soberanía, para poco después entretener la idea de un préstamo del más odiado de los organismos multilaterales. Nos encontramos frente a un régimen que celebra y se regocija con las victorias electorales como sinónimo de la esencia misma de la democracia, pero que deslegitima a quien proteste en las calles.
No hay ideología como la ideología de blindar el poder, parece ser la consigna. La mejor ideología es la que produce resultados prácticos, todo vale cuando tú mismo pones las reglas.