Las reformas a los sistemas de seguridad social se pueden hacer de dos maneras. La primera es debatiendo, conversando y consensuando dentro de la sociedad para adelantarse a los hechos y garantizar las jubilaciones futuras. La segunda es al apuro, de urgencia y sin mucho debate, cuando el sistema ya está quebrado y no hay plata para pagar pensiones.
Evidentemente, la primera forma es la ideal, pero aplicarla es un tema que depende de la madurez política de una sociedad. La segunda forma es la que se aplica cuando nadie se pudo poner de acuerdo antes de que el sistema explote, o sea, cuando el país fue lo suficientemente inmaduro como para no atacar un problema cuando todavía era solucionable.
En el Ecuador, hay varias razones que nos deberían llevar a reformar el sistema de pensiones, siendo la más importante la demográfica. Tenemos una población que, lenta pero inexorablemente, está envejeciendo y cada vez hay menos trabajadores pro cada jubilado. Los extraordinarios aumentos en la esperanza de vida de los ecuatorianos son, desde cualquier punto de vista, una buena noticia pero, como todo en este mundo, hasta las buenas noticias tienen un costo y hay que preocuparse de financiar una jubilaciones más largas.
Las jubilaciones existen para garantizar a las personas una vejez digna. Cuando no existen, una gran proporción de las personas que no pueden trabajar por su edad, están condenadas a la pobreza; evitarlo es la razón de ser de los sistema de jubilación. Pero el sólo hecho de que una ley garantice pensiones no significa que el sistema las podrá pagar. Por eso, más allá del los derechos adquiridos por los presentes y futuros jubilados, es clave tener un sistema que pueda cumplir con esas obligaciones.
Por todo eso, es el momento de ponernos a debatir en serio cómo garantizar nuestras pensiones, las que están pagándose a los mayores y las que nos tendrán que pagar cuando envejezcamos.
Taparse los ojos, fingir que el problema no existe, enmarcar un tema actuarial y financiero como si fuera un capítulo más de una interminable lucha de clases es lo peor que podemos hacer. Claro que para algunos, eso es lo único que saben hacer.