La noticia de que el expresidente del Perú, Alan García, está nuevamente de candidato a la Presidencia lleva a una interesante interrogante: ¿Qué hace que una persona busque obtener poder?
La respuesta más simple, que muchos han creído y creen válida, aún hoy, es que todo ser humano tiene ansias de poder.
Tal vez el más claro exponente de esta manera de pensar fue el filósofo político británico Thomas Hobbes. Este, en su clásica obra ‘El Leviatán’ publicada en 1651, sugirió que todos queremos tener poder sobre todos los demás, con lo cual convertimos a la sociedad humana en una guerra de todos contra todos, que hace de la vida una experiencia “solitaria, pobre, brutal y breve”.
Una visión más acertada, a mi juicio, es la que entiende la búsqueda de poder en términos de la representación, por un Mandela, un Gandhi, un Martin Luther King, de las necesidades o los intereses de un determinado grupo en la sociedad.
Como lo explica el gran teórico del liderazgo y profesor de la Escuela John F. Kennedy de Administración Pública de la Universidad de Harvard, Ronald A. Heifetz, “A menudo, cuando vemos que dos personas discuten, interpretamos el conflicto como una lucha personal por el poder. (…) Aunque es posible que algunos individuos adopten determinadas posturas para obtener ventajas en un conflicto de poder, desde el punto de vista sistémico nadie logra poder si no se erige en representante de los sentimientos y perspectivas de una facción de la comunidad. (…) Al diagnosticar un conflicto como lucha de poder entre individuos, perdemos de vista el conflicto subyacente entre facciones de la comunidad acerca de una cuestión determinada”.
Cabe por último pensar que hay quienes, sin siquiera aspirar a él, aceptan el poder que otros les otorgan -poder político, poder institucional, poder incluso netamente personal de padre, de profesor- con algún sentido de sacrificio y en el espíritu de brindar un servicio a la sociedad, a la institución o a la persona.
Esta es la manera en que Gabriel García Márquez entendió que su amigo de muchos años, Belisario Betancourt, había asumido el poder de la Presidencia en Colombia.
En un breve discurso pronunciado por el Maestro cuando su amigo cumplió 70 años, dijo, en parte, “Belisario Betancourt no fue en realidad un gobernante que amaba la poesía sino un poeta a quien el destino le impuso la penitencia del poder. (…) Me parece justa esta concurrencia de los amigos que más queríamos a Belisario, desde antes de que fuera presidente, los que tantas veces lo compadecimos mientras lo fue, y los que seguimos queriéndolo más que nunca, ahora que ha logrado el raro paraíso de no serlo ni desearlo”.
Conviene preguntarnos, si aspiramos a alguna posición de poder, si en efecto “no serlo y no desearlo” sería para nosotros un paraíso.