Hace varias décadas, la sal quiteña denominó así a un eficiente alcalde que tapó los miles de baches – que ahora se han multiplicado- de las calles de la ciudad.
Así está el país desde hace más de una década: tratando de tapar los desequilibrios fiscales con impuestos y contribuciones que se crean cada año, sin enfrentar el problema de fondo. Correa expidió más de 10 reformas tributarias en 10 años. Moreno y Lasso fueron por el mismo camino. Y Noboa va por la segunda reforma en apenas 2 meses de gobierno. El Ecuador no puede seguir con este comportamiento. La inestabilidad tributaria es un obstáculo para el desarrollo de la economía. Los inversores desconocen qué régimen de impuestos regirá cuando su empresa inicie operaciones comerciales. Y los proyectos de expansión, que se aprueban sobre determinadas bases, que luego se modifican, echan abajo todas las proyecciones financieras: el TIR, el VAN, el VPN y otros índices similares.
Igual o mayor daño provocan las “contribuciones por esta sola vez” que gravan los patrimonios -léase el ahorro personal- y las utilidades de años anteriores que ya tributaron en el respectivo ejercicio. Ahora habrá impuestos confiscatorios y totalmente negativos para la economía, como la tasa adicional del 25% a las utilidades de los bancos, que significa un pago total de más del 50%. Un proyecto que proponía un aumento razonable del IVA, la Asamblea lo transformó en un desastre por la demagogia de la mayoría de diputados que carecen de conocimientos elementales de técnica tributaria e ignoran la realidad nacional, o que su mezquino y único interés es la reelección.
Mientras el Ecuador no enfrente con seriedad la reestructuración de todo el sector público para lograr un Estado pequeño, pero eficiente, capaz y honesto, se continuará tapando huecos con nuevos impuestos cada año y con un ridículo crecimiento económico de menos del 2% anual, que condena al subdesarrollo.