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Te acercas cautelosamente a una pared en blanco, pegas tu oído (literalmente) y empiezas a escuchar aquellas historias que los muros de una casa (o un museo) escucharon. Gritos, exclamaciones, cuentos de terror o simples y entrecortadas frases cotidianas se revelan de repente… si prestas atención. Así nos invita el uruguayo Richard Garet con su instalación de sonido cuadrafónico “Quotidian”, de pasar de un estado pasivo a la escucha activa. O a mirar más allá de un espacio pensado para el almacenamiento del conocimiento –la biblioteca- cuando esta se reconoce como una escultura a la que indagas y reconoces de otra manera, no ya solo como una fila tras otras de lomos que anuncian tal o cual materia…a ser consultada (Jorge Méndez Blake, “Pabellón negro/Biblioteca abierta”). Sigo mi recorrido de la XIV Bienal de Cuenca dándome el tiempo, participando de cada propuesta, dejándome llevar por la experiencia misma. No contemplo, me inmiscuyo.
Así, entro en una habitación negra, me acuesto o me siento mirando y escuchando frases sueltas, imágenes dispersas en proyectores y parlantes dispuestos a ras del suelo. De rato en rato yo misma me veo reflejada en las pantallas de aluminio y voy siendo parte de “Coliseo”, un video basado en la experiencia de vecinos habaneros alrededor de la pelea de peces. Y me dejo llevar, dejo de ser yo, soy una mujer negra que deambula –cadera bamboleante- y que embroma, coquetea y maldice. Dejo de ser la que creía ser.
En otro día, pido jugar con una “ropas”, más bien espacios habitables de tela en las que me meto con los mediadores que acompañan la muestra. Y doy forma al espacio que me rodea. Estas esculturas ya viejas del alemán Walther, o aquellas “Estructuras vivas” de la brasilera Lygia Clark, ambos, desde regiones distintas, bregando por provocar nuevos sentidos, nuevas experiencias tanto para el artista como para nosotros los que recorremos estas muestras/videos de los años 60 o 70. Archivos de la memoria con las que el curador Jesús Fuenmayor remite a toda un práctica artística instalada desde hace más de 50 años. Y nos lo recuerda también con las acciones callejeras del ecuatoriano Pablo Barriga “Pan con cuento”, tan poéticas, tan digeribles y deliciosas.
Vuelvo a recordar cuántos cambios se operaron en mi ser al actuar en esta y las últimas 5 o 6 bienales. Las de Cuenca y otras. El arte se iba resolviendo de distinta manera, dejaba de acolitar las leyes de belleza impuesta por otros a modo de ley. Dejé de ser prisionera del Renacimiento y respiré el aire fresco de los nuevos cuestionamientos sobre la vida misma a través del arte. La Bienal de Cuenca se convirtió en el espacio dialogante donde acudo para reflexionar sobre sexualidad, espacialidad, violencia, lugares de la memoria o el poder.