El pasado domingo 20 de junio celebramos el día del padre, pero también el Día Mundial del Refugiado, fecha asignada por las Naciones Unidas para visibilizar y fomentar la comprensión y empatía hacia las personas que debido a conflictos, violencia y persecución tuvieron que salir forzadamente de sus lugares de origen.
En la actualidad hay más de 80 millones de personas migrantes forzadas en el mundo entre los que se encuentran refugiados (que salieron hacia otros países en búsqueda de protección) y desplazados internos (que salieron forzadamente hacia otras regiones de un mismo país). Es decir que hay millones de padres y madres que huyeron de su terruño con sus hijos en búsqueda de un lugar que les brinde posibilidades de crecimiento en un ambiente de paz. A esto se suma la pandemia de covid-19 que ha azotado las poblaciones más vulnerables, entre las que se encuentran los migrantes. Además de los refugiados debido a conflictos se encuentran los refugiados climáticos, por causas ambientales o desastres naturales; a pesar de su situación de vulnerabilidad, a ellos no se les aplica la protección internacional del refugio según mandato del Acnur, por lo que se encuentran más desprotegidos.
Ninguna familia en el mundo está libre de verse afectada por la persecución, conflictos sociopolíticos, factores ambientales y desastres naturales. Familias enteras se movilizan, a veces llevando solo lo que llevaban puesto al verse obligados a salir. Cualquiera de nosotros podría caer en la situación de migrante forzado en algún momento de nuestras vidas. Es una realidad cercana que debemos mirarla desde un sentido de empatía, comprensión y acogida hacia las personas forzadas a salir de sus lugares de origen: padres y madres con sus niños. Por otro lado, a los migrantes forzados no les resulta fácil retornar a su tierra, ya sea porque esos lugares fueron destruidos (debido a conflictos o desastres naturales) o porque su vida corre peligro. En esta situación se encuentran miles de migrantes forzados colombianos y venezolanos en nuestro país.
La realidad del refugio nos exige una solidaridad activa en todos los niveles de la sociedad. Como ciudadanos podemos poner nuestro granito de arena a partir de gestos de acogida. Las entidades de la sociedad civil también están llamadas a la solidaridad desde sus ámbitos. Los refugiados se caracterizan por la resiliencia y pueden aportar positivamente al país de acogida; para ello es necesario que los Estados faciliten el acceso a derechos básicos como regularización migratoria, salud, educación, vivienda y trabajo. Finalmente, organismos internacionales (como la ONU) y organismos regionales (como la OEA) están llamados a promover acciones efectivas en defensa de los derechos humanos en los lugares de origen y destino de los refugiados.