Oswaldo Viteri (Ambato, 1931- Quito, 2023), uno de los grandes artistas pintores hispanoamericanos del siglo XX, ha muerto. La entereza con que encaró los riesgos de su arte, su intrepidez de llegar hasta el filo del abismo, apenas tiene par en nuestras artes visuales. Ejemplo de bizarría artística y moral, su obra significa el testimonio de una antigua evidencia: lo genuino subyuga todas las influencias, las transfigura y se sirve de ellas para resolver proposiciones poderosas y únicas.
La aventura artística de Viteri no dejará de asombrar. Sus series abarcan todos los géneros y nacen bajo la divisa del rigor y la búsqueda de la verdad. Viteri tuvo el secreto del vuelo, sin perder el de la tierra, punto de gravedad de la inspiración más honda. Luego de un ciclo figurativo (dibujo al carbón y tintas), halló elementos soberanos, indóciles al principio, sumisos después, para su abstracto que duró un lapso de los 60.
Pero Viteri fue un genio y no soportó ataduras. Tumultuoso y soberbio, su signo fue avanzar. Libre en su sentido imperioso, ¿quién pudo aconsejarle en esa sucesión de elecciones de su creación visual: óleos, dibujos, tintas, ensambles, sanguinas, retratos, performances, instalaciones?
Fundamos amistad en los 60. En los 80 publiqué el libro VITERI, más bien modesto; fue su preferido, entre otros de espléndida factura. Pudimos grabar su nombre en la sala principal del Museo de Arte Colonial y postularlo al Premio Príncipe de Asturias, así como presentar tres magnas exposiciones de su obra. Creo ser uno de quienes más se aproximó a su arte y él fue el artista que más ilustró mi palabra. Nuestro vínculo fue el de una profunda e irrevocable amistad.
De dos hermanos, hay uno que lo verá morir. Y “cuando esa muerte llega no solo es el fin de alguien sino de algo total”. Por eso no hay duelo posible. Como la ausencia de duelo desquicia a quien queda, solo el estado doliente permite la integración de la muerte del otro en uno y la continuación de la vida.