¿Quién no va a querer que en el país haya una “universidad de clase mundial”? ¿Quién podría oponerse a que aquí funcione un gran centro de producción tecnológico de punta? ¿Quién diría que no es necesario contar con científicos del exterior para desarrollar nuestros centros superiores?
Entonces, ¿por qué se cuestiona a la Universidad Yachay y a la “ciudad del conocimiento” en que se halla enclavada? ¿Se lo hace por prejuicios, por ganas de oponerse? ¿Será por ignorancia, porque tenemos una “universidad parroquial” que no quiere abrirse al mundo? O, peor aún, ¿se actuará así por hacerle daño al país?
Desde luego que no. La razón principal para cuestionar a la Universidad Yachay y a la “ciudad del conocimiento” es que son proyectos faraónicos que ni satisfacen las reales necesidades académicas y educativas del Ecuador, ni tienen la más remota viabilidad, ni van a traer otra cosa que desilusión y despilfarro.
Las denuncias del exrector del Yachay sobre irregularidades, que según él pueden ser corrupción, son un mal síntoma. Latisueldos para directivos que pasan aquí una semana en tres meses, viáticos escandalosos, contratación de “cazatalentos” por más de un millón y medio de dólares. Todo eso es grave. Pero lo de fondo es que aunque estuvieran honesta y eficientemente manejados, los proyectos son desproporcionados, mal concebidos, dispendiosos e inútiles para el país tal como se los plantea.
En Ecuador tenemos dos escuelas politécnicas, una de ellas, la más antigua de América, que fueron calificadas “A” por la propia instancia gubernamental, ¿por qué no se refuerza con recursos esos centros de alta calidad en vez de hacer otro desde cero con mucho mayor gasto?
¿Por qué se extrema la idea elitista de la educación formando un centro con muy pocos alumnos que son un antitestimonio frente a las demás universidades, cuyo costo estudiante anual es muchísimo menor? Y todavía más, es escandaloso que se ponga tanta plata en esta y otras universidades “emblemáticas”, cuando se ha reducido la matrícula en varias universidades, entre ellas las más grandes, y no se han elevado los cupos de ingreso en forma suficiente en otras, de modo que cada año se quedan miles fuera de la educación superior o tienen que ir a pagar los altos precios de los centros privados.
¿Se puede hacer un “mini Silicon Valley” desconectado de una política global y coherente sobre inversiones tecnológicas? No. Las empresas piden seguridades y ventajas que el Gobierno no parece dispuesto a dar o que el país no debiera hacerlo. Sería mucho mejor comenzar con proyectos pequeños y manejables que fueran ajustándose con la práctica.
También en estos casos el Gobierno debe hacer una rectificación radical. No puede continuar sus proyectos condenados al fracaso y mantenerlos al margen de la razón y las necesidades del país.
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