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El domingo pasado, Martín Pallares, editor de EL COMERCIO, publicó un artículo que sin duda ha llamado la atención de muchos de nuestros lectores: el boom petrolero de los años setenta y la coincidencia con lo que actualmente vivimos como país.
Durante la década de los setenta, al igual que ahora, el Ecuador experimentó años de bonanza económica producto de los ingresos provenientes de la explotación y exportación de petróleo. Si antes el país dependió principalmente de la exportación de productos agrícolas, es desde ésta década que el petróleo se convierte en una de las principales fuentes de ingresos para el Estado.
En 1972 se extrae el primer barril de crudo de la Amazonía. En adelante, bajo la orientación de las dictaduras militares, el Ecuador vivió momentos de relativa prosperidad por los altos precios del petróleo a escala internacional. En resumen, había plata. Crecieron las ciudades. El aparato burocrático se multiplicó, así como también el gasto en inversión. De esa época son varias de las carreteras que hasta ahora tenemos, centrales hidroeléctricas, refinería de Esmeraldas, puertos, entre otros.
Sin embargo, en lugar de mantener un nivel de gasto moderado y ahorrar para épocas en las cuales las condiciones de mercado no fueran favorables, se hizo todo lo contrario. Por ello, cuando a finales de los setenta comienzan a bajar los precios internacionales del crudo y se presentan los primeros problemas de desfinanciamiento del sector público, una de las alternativas a las que recurrió la dictadura militar de ese entonces fue aumentar el endeudamiento externo. Luego fue la entrega del poder político.
No sé si esto les parece familiar pero da la impresión de que la historia se repite. Se repite porque a octubre de 2014 seguimos dependiendo del petróleo y, ante la inminente caída de los precios internacionales del crudo, se prevé efectos realmente preocupantes para la economía en el 2015. Disminución de los niveles de crecimiento, déficit más pronunciado de la balanza comercial, iliquidez del sector público, reducción drástica en los niveles de inversión pública, entre otros.
La historia se repite porque ante la baja de los precios del petróleo, en lugar de recurrir a drásticos recortes en el gasto público, el Gobierno sigue contratando más deuda pública. Hasta agosto de 2014 ascendió a USD 26 563 millones. Según han anunciado las autoridades, ésta cerraría a fines de año en 31,2% del PIB.
La historia se repite porque da la impresión de que nos hemos olvidado de lo que significa tener que destinar la mayor parte de nuestros futuros ingresos para pagar deudas, muchas de ellas producto del despilfarro. Me pregunto, ¿qué va a pasar cuando vengan tiempos más críticos? ¿Qué va a pasar con todo este novedoso proceso llamado “régimen de la revolución ciudadana”? ¿El Buen Vivir solo es viable en condiciones de bonanza económica? ¿Seremos capaces algún día de aprender de la historia?