Nuestro país ha sido víctima de infaustos sucesos: paludismo, tuberculosis, desnutrición, diarreas, cólera, cisticercosis, oncocercosis, enfermedades venéreas, terremotos, inundaciones, golpes de Estado, guerras y plagas muy peculiares, tremendamente dañinas, unas heredadas y otras, muchas más, consuetudinarias, agudizadas hace trece años: la incultura, el irrespeto, el abuso, la prepotencia, el ansia ilimitada de hurtar dinero del Estado, con coimas y sobreprecios, sin el menor remordimiento de haberlo substraído a la salud y a la educación de la gente a la que ofrecieron beneficiar; la apropiación indebida de montos millonarios por obras no ejecutadas o dolosas, la desfachatez de malabares monetarios y desplazamientos aéreos fantasmas con misteriosas cargas fraudulentas. No son virus, ni bacterias, son la codicia, la ambición y la sinvergüencería, vectores de estas plagas, que robaron el dinero con que se hubieran salvado muchas vidas arrebatadas por el covid-19 y adquirido pruebas y equipos de seguridad que faltan para el personal de salud.
El mundo está invadido por una pandemia, por un virus, irrespetuoso de fronteras, montañas y mares, enferma a unos y a otros, mata a muchos, es imparable, guarda misterios, escabulle tratamientos, ha sorprendido a todos, hay que evitarlo con medidas higiénicas, cuarentenas, distanciamiento social, sin aglomeraciones y sobre todo con solidaridad. Hay muchísimos contagios, hospitales copados las terapias intensivas rebosadas. Las personas e instituciones solventes y adineradas, los funcionarios con altas remuneraciones, los legisladores, alcaldes, prefectos, deben concientizar que, sin la entrega humanitaria de su máximo aporte a los millones de compatriotas que sobreviven con la producción del día y en paupérrimas condiciones, a más de perecer por hambre, si no se les concentra en amplios campamentos, cual damnificados de terremotos, seguirán convertidos, involuntariamente, en agentes de contagio.
El Gobierno aboga por unidad y solidaridad, pero en su interior priman las mal disimuladas pugnas políticas y en vez de reducir instituciones estériles y costosas, las multiplica y soporta con personal privilegiado desde el correísmo. Urge, en esta guerra, imitar el llamado que hiciera el ex Presidente Sixto Durán Ballén, en el conflicto del Cenepa, a los ex presidentes, quienes se brindaron, sin mezquindad política ni ideológica. Es momento de reinstalar al Consejo Nacional de Salud, suprimido por el devastador gobierno anterior, fortalecer y respaldar la sacrificada gestión del Ministro de Salud, con soporte de la Academia de Medicina y las principales instituciones públicas y privadas de salud. El ostracismo disfrazado y el liderazgo reprimido y desconfiado, prolongarán indefinidamente los desastrosos efectos de las delictuosas epidemias y de la mortal endemia.