Frente al cambio climático, ofrecer suministros confiables de energía renovable a todos los que la necesitan se ha vuelto uno de los mayores desafíos para el desarrollo de nuestro tiempo. Cumplir con el compromiso de la comunidad internacional de mantener el calentamiento global por debajo de 1,5-2°C, en relación a los niveles preindustriales, exigirá un uso expandido de bioenergía, almacenamiento y captura de carbono, estrategias de mitigación basadas en la tierra como la reforestación y otras medidas.
El problema es que estas soluciones potenciales tienden a discutirse únicamente en los círculos políticos internacionales, si es que se las discute. Sin embargo, los expertos estiman que el presupuesto de carbono global –la cantidad de dióxido de carbono adicional que todavía podemos emitir sin desatar un cambio climático potencialmente catastrófico- se agotará en apenas diez años. Esto significa que existe una necesidad urgente de incrementar la bioenergía y las opciones de mitigación basadas en la tierra. Ya tenemos la ciencia para hacerlo.
La energía renovable es la mejor opción para evitar los efectos más destructivos del cambio climático. Durante seis de los últimos siete años, el crecimiento de la capacidad de energía renovable ha superado el de las energías no renovables. La energía solar y eólica están abriendo nuevos caminos, pero todavía no satisfacen la demanda global.
Hace diez años, se consideraba que la bioenergía era la que tenía más probabilidades de cerrar o al menos reducir la brecha de suministro. Pero su desarrollo se ha estancado. Los esfuerzos por promoverla tuvieron consecuencias negativas no buscadas. Los incentivos utilizados para incrementarla llevaron a la rápida conversión de tierra virgen invaluable. Bosques tropicales y otros ecosistemas vitales se transformaron en zonas de producción de biocombustibles, creando nuevas amenazas de inseguridad alimenticia, escasez de agua, pérdida de biodiversidad, degradación de la tierra y desertificación.