Dejando a un lado el hartazgo que produce la situación política o tal vez, a consecuencia de él, hay experiencias en el país que muestran que otro mundo es posible si se deja de pensar en el Estado protector, hacedor de todas las cosas, dador de favores en lugar de garante de derechos.
El país, históricamente se ha hecho en minga, arrimando el hombro, gracias a la fuerza, potencia y a la resilencia de su gente. Últimamente, el estado de buen pedir ha paralizado a la sociedad actual, esa sociedad que no se moviliza, que se acomoda a lo que hay y que no mueve un dedo para cambiar al país esperando que las instituciones estatales sean las que resuelvan la infinidad de problemas existentes.
Desde hace unos meses, en algunos barrios de Esmeraldas hay fiesta porque ex alumnos del Colegio Americano de Quito han emprendido una campaña solidaria, sumado esfuerzos para construir casas de bambú para familias que estaban tres años en albergues, luego de la inundación del río Taeone. Una iniciativa de la Fundación Raíz Ecuador y de sus casitas emergentes, Caemba, proyecto que lleva 300 casas desde cuando el terremoto sacudió la tierra y dejó a familias sin nada, en el 2016.
En Esmeraldas así se ha creado un barrio, de esa manera solidaria. Y eso significa hogar para una decena de madres jóvenes, la mayoría solteras, llenas de niños a los que alimentar, que un día lo perdieron todo. Un hogar significa seguridad, empezar de cero. Significa esperanza y sonrisas de ilusión. En el nuevo barrio nacerá una escuela, unas vidas que se podrán desarrollar en comunidad.
Lejos del asistencialismo, que no hace bien a los beneficiarios de los distintos proyectos sociales, esta campaña es un llamado a la sociedad a que se movilice si quiere combatir la inequidad, a que actúe en la medida de sus posibilidades sin esperar de brazos cruzados a que las instancias gubernamentales resuelvan los problemas. Es un llamado a las élites a invertir en quienes más lo necesitan.
Unir esfuerzos, arrimar el hombro y pagar, por ejemplo, a un entrenador de deportes para tanto joven que no sabe en qué ocupar su tiempo y que termina dedicado al bazuco o a la H del puro hastío; a apadrinar niños para que puedan concluir sus estudios, que el empeño de Teresa, la soldadora; a convocar a los vecinos para arreglar las escuelas, reparar y pintar los pupitres, en lugar de llorar porque el gobierno no ayuda.
Otro mundo sería posible si se multiplicaran iniciativas como estas. Pregunten a Jacinta, en el barrio Americano, que con una enorme sonrisa cuenta que al fin terminó la pesadilla de la vida de albergada y que hoy puede gritar ¡Soy feliz, muy feliz!
Donde hay solidaridad, hay fiesta y hay esperanza.