De China nos llegó el covid-19; de China nos llegaron las sanciones contra empresas camaroneras cuyos embalajes estaban contaminados por el virus. De China nos vinieron los créditos a cambio de petróleo y también los constructores de los proyectos financiados por la banca china como Coca-Codo Sinclair.
De China nos llegan, como a todo el mundo, autos baratos y todo tipo de productos no necesariamente fabricados respetando la propiedad intelectual, los derechos laborales o el ambiente. Nos llegan los barcos de su flota pesquera, justo al filo de las aguas internacionales, a sabiendas de que las especies marinas son migratorias y de que la tecnología para ubicar los cardúmenes es lo que cuenta.
La ya lejana captura de un barco pesquero y las actuales proclamas de defensa soberana hechas por las autoridades locales se pierden en medio del silencio de la alta mar. Seguramente a los tripulantes de aquellas embarcaciones no les importa tanto la celebración de la batalla de Jambelí ni que el barco incautado por el Ecuador hoy sea parte de la flota que patrulla las aguas territoriales patrias.
Porque China es China, como Estados Unidos es Estados Unidos y Rusia es Rusia. Como tales, siguen las reglas que les convienen. Europa hace lo propio, aunque con más criterios y matices. Desde 1978, la República Popular China sigue las etapas de un plan de crecimiento mundial en el que no caben las disidencias internas ni las críticas mundiales, solamente la realidad y los resultados.
En China están asentadas las más importantes industrias del mundo y China es un gran inversor. En cuanto a prestar dinero de su banca a cambio de materias primas o dar empleo y ganancias a sus grandes empresas, no hace sino seguir un viejo libreto practicado por las grandes potencias. Puede ser en Sudamérica o en África o en cualquier otra región, todo depende del tamaño del mercado, pero sobre todo de las condiciones.
Y para quienes inventaron el cuento de que las relaciones con China continental se enmarcaban en una manera de concebir la geopolítica con una visión de menor asimetría y de mayores coincidencias, hay una mala noticia: a los chinos les puede resultar más cómodo negociar con gobiernos ‘derechistas’ que con ‘socialistas’. Al final del día, lo importante es que sean buenos pagadores.
¿Se puede acusar a China de usar la diplomacia para alcanzar sus intereses, de tener una clase política comunista donde hay decenas de multimillonarios admirados por el pueblo? Ciertamente, el sistema promueve que el individuo y los derechos no sean el gran tema de conversación y el control social sea aceptado, aunque menos mal las cosas están cambiando a causa de la globalización.
La culpa es de quienes no hemos construido países sustentables y nos toca pasar el sombrero mientras lanzamos proclamas.