Aparentemente, cientos de carnés de discapacidad fueron otorgados dolosamente a personas que no los necesitaban o con discapacidades leves, permitiéndoles beneficiarse de exenciones tributarias, sobre todo en la importación de vehículos de alta gama, mientras que quienes de verdad los requieren deben esperar meses.
Actos repudiables por donde se miren, provocaron indignación generalizada en la gente con conciencia, no se diga en quienes realmente necesitan ese documento para mejorar en algo su calidad de vida. Mi amiga Gabriela Cueva, Gaby, madre de dos niños y una niña preciosos -uno de ellos con una discapacidad severa del 95%- compartió conmigo una carta dirigida a todos los que han utilizado un carné sin necesitarlo realmente.
Conmovedora y dura, en su misiva Gaby pone a disposición de quien crea necesitarlo el carné de discapacidad de su hijo, que viene con “buenos beneficios” como la importación de vehículos con descuento, reducción en el costo de servicios básicos y en el pago de impuestos, pasajes y entradas a conciertos y a cines más baratos, pero eso sí, a cambio de unas piernas que funcionen, de un cuerpo que pueda valerse por si solo, de unos pulmones sanos, de un sistema digestivo eficiente, todo aquello de lo que su pequeño carece.
Lo que es innegociable, continúa, es el corazón de su hijo, que vale oro, y que es incapaz de concebir que exista gente que se aproveche de un carné de discapacidad por los “beneficios” que conlleva; tampoco su alegría, porque, a pesar de la adversidad, encuentra razones para ser feliz con las cosas más pequeñas. No incluye su valentía para enfrentar tantos retos, tantos médicos, tantos tratamientos, tantas cirugías, tanto dolor, como el más fuerte de los superhéroes. ¿Y su risa? Peor aún, porque es infecciosa y es solo para sus padres, y lo certifico, verlo reír le llena a uno el alma.
“Créeme que te cedería su carnet sin pensarlo” – prosigue – “daría lo que fuera por no necesitarlo, por nunca tener que usarlo, porque mis cuentas médicas sean racionales, y porque nuestra vida sea un poco menos complicada. Porque mientras tú quieres comprar un auto de lujo, yo en cambio, daría todo por parquearme lejos, muy lejos de la puerta del cine y entrar caminando de la mano de mi hijo y, por supuesto, pagar el precio completo de la entrada”.
No me gusta la palabra “discapacidad”, creo que todos somos capaces de entregar al mundo y a los demás lo mejor de nosotros más allá de nuestras limitaciones. La verdadera discapacidad es la de falta de ética y de humanidad, patente en aprovecharse de beneficios que no se merecen o en enriquecerse a través de negociados con material médico, a costa de la salud o la vida de otros. Y para paliar eso, querida Gaby, lamentablemente, no hay carné que sirva.