En un artículo titulado ‘Violadores de tumbas’, publicado en ‘El Espectador’, Juan Montalvo narra las horrendas y trágicas circunstancias de la muerte de Ignacio Alcázar, “persona de viso, como cuñado de don Gabriel García Moreno”. Enterrado “con los aparatos correspondientes a su calidad y puesto”, al día siguiente se encontró el ataúd fuera de la tumba, destrozado. “El cadáver tenía entre sus brazos otro cadáver fuertemente asido”. Es de presumir que había sido enterrado vivo y que la tumba había sido profanada. “Despertado por la manipulación impía de que era objeto, en uno como ensueño pesado, o en un relámpago de vida delirante, abrió los brazos y apresó al violador de su sepultura”.
No fue esa la primera vez que el nombre de Ignacio Alcázar circuló por los corrillos de la picante chismografía ciudadana. El viernes 6 de agosto de 1875, día del asesinato de Gabriel García Moreno, “aquel acontecimiento terrible”, según palabras de Roberto Andrade, había tenido una intervención tardía, cobarde y cruel. “El cuerpo de Faustino Rayo, matador de García Moreno, yacía frío de muchas horas en la calle: viene Ignacio Alcázar, apunta a la cabeza del difunto, descarga todo su revólver, y deja a su vez bien castigado al difunto. El pueblo, sabio y temible calificador, le llamó desde ese día ‘matamuertos’. De vivo, mató un muerto; de muerto, ha matado un vivo”, concluía Montalvo.
Hay una similitud entre la burda actitud castigadora de Ignacio Alcázar y la reacción de la ‘revolución ciudadana’, intencionalmente retardada, ambigua y cínica, frente a actos de corrupción. Un ejemplo. El ilustre primo de nuestro ‘buen dictador’, aupado a cargos públicos de importancia por los méritos inmarcesibles de su parentesco, fue defendido a ultranza. “Yo no sacrifico gente inocente por escándalos que haga una prensa corrupta”. Las denuncias presentadas en su contra, con pruebas irrefutables, fueron descartadas. Un homenaje público, con parafernalia de mal gusto, con altos funcionarios -ministros, asambleístas- rindiéndole pleitesía, fue organizado a modo de desagravio.
Una vez confesado un acto de ‘inmadurez’, el “gran compañero, patriota y hombre honesto” de ayer, con anuencia para viajar al exterior para asistir a la boda de su hijo, se ha transformado en traidor y felón. Acusado de proporcionar carroña a los buitres de la prensa y de la oposición (en la práctica, a los buitres del poder), lo han sometido, para justificarse, a un ‘fusilamiento mediático’ oficial. Los disparos contra el cadáver del asesino equivalen hoy a los inocuos ataques contra quien, ausente, no será sancionado: contra un ‘cadáver político’, según la metafórica expresión usada por nuestro ‘buen dictador’. Ante los corruptos, los representantes de la ‘revolución ciudadana’ son, sin duda, los nuevos ‘matamuertos’.