Nunca entendí cómo Abdalá Bucaram ha logrado y logra burlarse tan elocuentemente de nosotros. Seamos francos, que un individuo haga lo que él ha hecho y que no se enfrente a la justicia es algo más allá de lo inaudito.
No entiendo, por ejemplo, qué tipo de fechorías y sapadas, o qué carisma hipnótica logran hacer que un ser humano sea ajeno a la aplicación de normas. Porque claramente, Bucaram no parece estar sometido a ninguna norma, ni ética ni moral ni social ni jurídica.
Las normas de asilo prohíben que haga declaraciones de tipo político, pero utiliza Twitter, y aparece en televisión como una verdadera ‘vedette’, y no parece que su asilo esté en peligro. ¡Normal porque él es Abdalá Bucaram!
Más allá de las normas penales y de los gravísimos juicios que tiene pendientes. Este es el señor que mientras era presidente de la República también pretendió presidir un club de fútbol y lo hizo (¡!); y en ambas instituciones hubo individuos que aceptaron ese hecho como posible.
Mientras en el globo entero se honra a la figura del jefe de gobierno con un sinnúmero de normas de protocolo, deferencia y solemnidad, ese señor usó nuestra banda presidencial con “Mi poder en la Constitución” como ornamento para la carátula de un disco con canciones de twist (¡!). ¿El Ecuador se ha dado cuenta hasta qué punto ese señor despedazó el honor de nuestro país?
Durante su presidencia, el embajador de Estados Unidos, Leslie Alexander, denunciaba repetida y altisonantemente la “penetrante corrupción”. La leche que él daba a sus adorados pobres, Abdalact, resultaba no apta para el consumo humano. El escándalo de la mochila escolar, los alaridos… todo aquello parece una vieja pesadilla, imposible de creer.
No es inusual que la realidad se tuerza tanto que parezca el país de las maravillas, pero con Bucaram esto es regular. Hace poco Ismael Cala de la CNN le daba la bienvenida a una entrevista (cosa que para mí es suficiente referencia del nivel del periodista y del avance en términos de calidad de esa cadena), Abdalá se declaraba el gran y más maravilloso líder del país, su hijo lo confirmaba y el periodista los tomaba en serio. Surreal; su frescura para declararse valioso a pesar de lo ocurrido siempre me ha parecido surreal.
Tras el 97 había la esperanza de imaginar un futuro sin Bucaram. Ahora, sus hijos nos regresan a la realidad de nuestra folclórica inmadurez política; los alaridos, la caradura para esconder lo inescondible, el espectáculo… de tal palo tal astilla.
Después de su partida, no se logró una sanción necesaria y el país quedó con sed de justicia. Hubiésemos aspirado al menos un silencio que permita olvidar la humillación; en vez de esto, lo tenemos pavoneándose en medios de comunicación. ¡Qué gran burla en toda nuestra cara!