Presidente: le escribo como ciudadano a quien no le anima otro interés que el bien del país, el porvenir de su gente y la paz a la que apostamos los que militamos por la buena fe. Le escribo porque me importa este rincón que se llama Ecuador, que debería ser, de verdad, el sitio de encuentro, el espacio en que radicamos nuestras esperanzas y nuestras vidas, en el que vivimos juntos, pero, a veces, de espaldas.
Le escribo sin que jamás haya sido entusiasta adherente a elecciones y disputas partidistas. Al contrario, he sido un observador escéptico de la política y de las aventuras y desventuras a que se ha reducido la vida pública.
Le escribo desde la trinchera de mis derechos, y en ejercicio de mis obligaciones. Lo hago porque, como nunca antes, esta es una hora crucial: a usted y a su equipo les corresponde la tarea ímproba de intentar la restauración de las instituciones, revivir la ética pública, procurar que la ley sea, como alguien dijo, “el poder sin pasión”, que la administración sea evidencia de servicio a la comunidad, que la gobernabilidad sea la posibilidad de gobernar conforme al voto ciudadano que le permitió llegar a la presidencia.
Les corresponde a todos ustedes hacer de la transparencia la lógica invariable que conduzca las acciones de su régimen.
Todo esto, por cierto, no depende solamente de usted; depende también de la Asamblea Nacional y de sus legisladores. Confío en que ellos tendrán la sensibilidad necesaria para interpretar la gravedad de la circunstancia, que tendrán la generosidad de hacer renuncias y asumir que las ideologías solo se legitiman cuando pueden generar un poder responsable, que sea la herramienta que cree las condiciones para edificar, para que cada persona ejerza sus libertades y cada familia construya su porvenir. El poder –todos los poderes- están obligados a interpretar la dimensión del reto.
Presidente, el voto no se agota en el acto electoral. El voto vincula siempre a mandatarios y legisladores. La mayoría no es un simple número. La mayoría tiene un mensaje que es la condena a la corrupción, la restitución de la confianza en lo público, la posibilidad de hacer empresa y crear empleo, la tarea de proteger la vida frente a la delincuencia, de devolver seguridad, confianza, esperanza y una mínima certeza de salud. Y lo que un campesino me dijo el otro día, en forma sabia y sumaria, “que dejen trabajar, señor, nada más; que dejen trabajar en paz”.
Le transmito éste mensaje, y si usted lo lee, sabrá que no es mío, es de la gente, del hombre honrado que es la sustancia moral de lo que llaman “pueblo”.
No le deseo suerte, porque no creo en los acertijos. Le deseo éxito al enfrentar el reto, que es reto de todos, ya sean partidarios o no de su gobierno.
Señor, Presidente.