Una amiga japonesa, alta funcionaria internacional, contaba que en su niñez, en su tierra, Japón, en las horas laborables del día no se encontraba en las calles o parques a ningún niño o niña en edad escolar. ¿Dónde estaban? ¿En sus casas? No. Se encontraban en las escuelas. Y si, por casualidad, aparecía un niño transitando por algún lado, venía la policía y, con afecto, era llevado a su establecimiento educativo y los padres eran reportados del hecho. Todo esto en un ambiente de tranquilidad.
Tal comportamiento de familias y estado, de los aparatos de seguridad, era efecto de una política nacional aplicada de forma seria y rigurosa, por un colectivo que entendía el principio de la obligatoriedad de la educación, ya que sabía que la buena educación, era uno de los principales instrumentos para beneficiar a las personas y al Estado. Por esto Japón, luego del desastre de la II Guerra mundial, llegó en corto tiempo a constituirse en una potencia mundial.
En nuestro país por efecto de la pandemia y de las pésimas políticas de acceso a la universidad, cientos de miles de niños, niñas y jóvenes están fuera del sistema educativo. Por el agresivo invierno centenares de escuelas y colegios en la costa se cierran. Por la mala educación un porcentaje alto de chicos no quiere volver a las aulas. A esto se suma la falta de empleo. La niñez excluida y la juventud desocupada son las principales fuentes de reclutamiento para la delincuencia y el crimen organizado. La crisis educativa y familiar incrementa la violencia, la depresión y los suicidios.
En el Ecuador de hoy, la educación debería ser punto central en la agenda de seguridad. Presidente Lasso, General Moncayo y municipios: Ningún niño, niña y joven deben quedar fuera del sistema educativo. Si los colegios se cierran por el invierno hay que trabajar en aulas virtuales. Universalizar el internet, distribuir tabletas, capacitar a los docentes, recuperar a los niños que están fuera de las escuelas son prioridades ineludibles.