¿Los países de América Latina se taparon ojos y oídos para no ver ni escuchar la tragedia humanitaria de los venezolanos? ¿Cómo es posible que permanezcan impávidos ante un éxodo masivo que huyen del hambre, la falta de medicinas, el desastre de los servicios públicos, y la ola imparable de crímenes? Tímidas voces de algunos gobiernos llaman la atención al régimen torpe, corrupto e incapaz que preside Maduro, pero a título de no intervención en los asuntos internos, se mantienen como testigos cómplices de la tragedia.
Según Fernando Carrión, persona seria e informada, más de cuatro millones de venezolanos habrían abandonado el país desde que Chávez asumió el poder, se convirtió en líder del socialismo del siglo XXI y pretendió conducir a toda América Latina por el camino del populismo, la demagogia y la corrupción. En la historia de América del Sur no existe un fenómeno similar. Padres llevando en brazos pequeños niños, y arrastrando un par de bultos con todas sus pertenencias, se echan a la aventura de buscar otro país en el cual podrán pasar hambre y necesidades, pero no en los extremos de absoluta inopia en que vive Venezuela. Los corazones de las autoridades se han endurecido a tal punto que voltean la mirada para no enfrentar esa realidad, establecen requisitos y crean restricciones para el ingreso de esas muchedumbres hambrientas. La OEA no pasa de declaraciones tibias, y la ONU da nueva muestra de incapacidad para afrontar crisis humanitarias.
Cierto es que el impreparado y torpe presidente Maduro, acompañado de la gavilla de Diosdado Cabello, Tareck El Aissami y otros de similar ralea, ha llevado a la economía de su país al desastre completo, pero la tragedia de Venezuela no empezó con él. El esquema autoritario y demagógico de Chávez -por donde iba gritaba “exprópiese” frente a una fábrica o a un edificio, y al otro día se cumplía su omnímoda voluntad- tenía que desembocar en lo que ha ocurrido Megalómano, atrabiliario y corrupto, manejó los dineros del país como si fuese monarca absoluto, cuyo único sueño era convertirse en líder mundial. Subsidió a Fidel Castro, su gran consejero y padrino, con más de 100 mil barriles diarios de petróleo a pagarse algún día y en especie: médicos y aparato de seguridad cubanos. Sometió a los pequeños estados del Caribe para que le apoyen con sus votos en los organismos internacionales, y prohijó a Correa (ese muchachito), a Ortega y a Morales para subir a Ecuador, Nicaragua y Bolivia en el carro del socialismo del siglo XXI y la ALBA.
Es verdad que “las cosas de palacio van despacio” y que las citas de cancilleres y las cumbres requieren preparación, tiempo y el almibarado lenguaje diplomático, pero es vergonzoso que en América Latina los gobiernos, más allá de declaraciones teóricas, se muestren insensibles ante tal tragedia.