Cuando formamos una familia, llega el curioso deseo, proveniente del centro mismo de la naturaleza del ser humano, de proveer para ellos, de soñar en lo mejor que uno puede dar.
Es incontenible. Los ámbitos son muchos y no necesariamente materiales. Los sueños de lo que heredaremos a ese pequeño ser, desarrollándose en las entrañas, al que lo sentimos moverse, hacen que las emociones afloren y se mezclen con las necesidades prácticas. Soñamos en las posibilidades, añoramos abrazarlo y besuquearlo, llenarlo de amor, enseñarle los secretos más profundos para que su alma se llene de felicidad y pueda, a futuro, ser parte constructiva de la comunidad a la que arribará.Comprendemos que hay otro ámbito, material y duro, de cumplir con sus necesidades físicas, lejanas de las espirituales. En la actualidad mundial, madres y padres comienzan una carrera difícil y competitiva, sin importar lo fuerte de su esfuerzo, en uno o más trabajos, olvidando el cansancio y haciendo de juglares para cumplir con lo primero y llenar las expectativas de lo segundo: lo material.
Mientras queremos, abrazamos, guiamos y llevamos de la mano a nuestros hijos por el camino de convertirse en adultos con una entrega y amor impresionantes, comprendemos que llegar a la meta requiere de algo más. Entra en juego, la producción material, para poder alimentarlos, asegurar su salud, educarlos, y más. Nos esforzamos como padres, sin importar cuánto debemos trabajar para cumplir. Unos encuentran su secreto productivo muy pronto; otros intentan y fracasan y, quizá, los más valientes, lo intentan una y otra vez, levantándose de cada caída con renovadas energías, inspiradas, una vez más, por sus hijos y el sueño de dejarles una herencia completa. Repito: no solo lo material, sino lo espiritual y emocional.
Durante los años productivos, compartimos con todos en nuestras microcomunidades, a diferentes niveles, sea en experiencia o sueldos, que a su vez, producen otra cadena de herencia familiar.
Cumplimos con nuestras obligaciones con la sociedad pagando al Estado a través de impuestos, tasas, obligaciones de variadas índoles y la responsabilidad de repartir nuestra producción con el Estado y la sociedad en los años dedicados al trabajo para dejar a nuestros hijos, no solo una vida digna, aspiración de todo humano, sino una ciudad y un país mejor.
¿De dónde nace esta desesperada, última versión, de redistribución de la riqueza? No, no la de los ricos, esa es una falsedad bien camuflada, sino, de todos y todas, de los que tienen poco y mucho, de sus tesoros personales, creados para sus hijos gracias a un instinto humano. Duele cuando los bolsillos están vacíos, nos habrá sucedido a muchos, pero hay que pensar y calcular antes de querer quitar a otros cuando se ha gastado demasiado. Lo mío, poco o mucho, será para mis hijos, son mi inspiración y motor, porque por ellos he trabajado, esforzado y, todo, sin dejar de cumplir con mis obligaciones para la sociedad, la ciudad y el Estado.
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