Las economías de Grecia y Ecuador tienen algunos puntos comunes. Ambas son pequeñas, abiertas al mundo y que usan una moneda que no controlan. Además, ambas son economías caras, con problemas de competitividad frente al resto del mundo.
Hasta ahí las similitudes, porque hay una enorme diferencia: la capacidad de hacer reformas y de ajustar su economía.
Porque Grecia tuvo un período de importante crecimiento desde los años 90 hasta el 2007. Pero luego fue evidente que ese crecimiento no era sostenible porque se había basado en endeudamiento barato y el país no podía seguir así para siempre.
A raíz de eso, en los siguientes seis años, la economía griega se contrajo en más de 30% en algo que debe ser una pesadilla económica de seis años consecutivos de recesión. Sorprendentemente, la sociedad griega logró manejar los enormes conflictos que se derivan de una contracción de esa escala.
Y desde el 2013 la economía ha crecido y, aunque se contrajo por la pandemia, hoy está por encima de sus niveles de producción anteriores a las cuarentenas.
Lo bueno del crecimiento que están viviendo los griegos es que, si bien es más lento que el que tuvieron en el pasado, al menos parece que es sobre bases más sólidas y sostenibles.
Pero para llegar a esta nueva etapa, la economía griega ha tenido que ajustarse en varios frentes. Se aumentó la recaudación de impuestos, se redujo el gasto público y los subsidios, se bajó sueldos, se hizo un montón de cosas duras e impopulares, pero necesarias para reubicar la economía en ese mítico camino conocido como la “senda del crecimiento”.
Y en la reciente elección parlamentaria, el éxito del primer ministro Mitsotakis demuestra cuan valorado es un manejo económico serio y cuanto desprecio merecen los populistas. Ese es el envidiable mérito de Grecia, esa capacidad de hacer las reformas necesarias, incluso si son impopulares.