La sabiduría popular ha creado varios refranes que describen o califican la conducta del mentiroso. Decimos, por ejemplo, que más pronto se atrapa al mentiroso que al ladrón. Y la experiencia nos muestra que efectivamente así sucede. O que, en la boca del mentiroso, aun lo cierto se vuelve dudoso. O aquel antiguo refrán español: la mentira nunca muere de vieja.
Nietzsche, filosofando por supuesto, escribió un día: “Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti”.
El mentiroso contumaz no ha oído hablar de Nietzsche ni se preocupa por estas opiniones. Se mueve por el mundo tan campante mintiendo una y otra vez. Y si sucede que en algún momento se tropieza con algún incauto que le cree, ni siquiera lo advierte.
En realidad, le es indiferente. En su manera de ser, el que le crean o no carece de importancia. Inclusive se dirá a sí mismo, para justificarse, y convencido de haber encontrado la suprema revelación, que ninguna ley le obliga a decir la verdad. Pero si un día llega a encontrarse delante de un juez que le toma un juramento, se enredará de una manera irrefrenable, mentirá de nuevo. Seguramente terminará con sus huesos en la cárcel.
Pero debemos tener mucho cuidado con los mentirosos, pues las mentiras no suelen ser tan inocentes; y hasta las mentiras piadosas en muchas ocasiones no lo son tanto.
Acordémonos, si no, en el universo de la mentira, de aquel demonio llamado Goebbels, que preconizaba que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad; o que disponía a sus áulicos que había que mentir, mentir, mentir, porque algo de la mentira siempre queda. Y a base de mentiras se consumó la terrible historia de los campos de concentración.
Pero ahora ocurre que algunos políticos criollos, que tal vez tienen en la cabecera de su cama la imagen de Goebbels, andan por ahí, en reuniones de amigos o curiosos, y han hecho de la mentira su argumento predilecto.
Mienten con descaro sobre su pasado, se olvidan de las cosas que dijeron hace dos días, de los lugares por donde transitaron y de los dineros que cobraron. Mienten sobre su presente. Mienten sobre su futuro.
Suelen ser políticos de peso ligero, pero alguien les convenció de que podían competir en las ligas mayores. Se armaron de audacia, se graduaron de candidatos y una vez que aseguraron el birrete, se lanzaron al ruedo.
Habrá algunos que, cerrando los ojos y tapándose los oídos, en realidad sin escucharlos, les creerán. La fe del carbonero, que diría Unamuno, que no necesita saber, ni quiere saber de argumentos ni de pruebas.
Hay otros, que conocen la falsedad y se aprovechan de ella. Que rodean al mentiroso, lo halagan, lo estimulan y festejan. Y, por supuesto, lo abandonan cuando sienten que la barca está hundiéndose.