Haciendo de ciudadano ejemplar por un día, participé en el debate abierto sobre la llamada solución Guayasamín para resolver el tránsito colapsado entre Quito y el valle de Tumbaco.
En la primera reunión participaron funcionarios del municipio, representantes de la empresa constructora, y ciudadanos interesados en el tema; urbanistas, arquitectos, ingenieros y sociólogos. Reprocharon al municipio la firma de un contrato que no conocía nadie, ni siquiera los moradores del barrio Bolaños que debían ser reubicados; también cuestionaron el distribuidor de tránsito en la Plaza Argentina que, en opinión generalizada, no resuelve nada, solo traslada el problema y daña el espacio público.
Un tercer problema se refería a la conveniencia de construir un costoso puente a lo largo de la quebrada que se pagará con peajes crecientes durante treinta años.
La siguiente reunión tuvo un aire familiar: una presentación didáctica con muchos datos y un clima de solvencia técnica. Luego aparecieron representantes de los moradores, dirigentes y usuarios del transporte público, vecinos del valle, autoridades de gobiernos autónomos, automovilistas y profesionales.
Uno tras otro, todos alabaron el proyecto y su urgencia, la preocupación por la gente, la incorporación del transporte público, la claridad de las explicaciones técnicas. Dieron la impresión de que seguían un libreto.
La sorpresa fue cuando los funcionarios acarrearon cajas de cartón y apilaron en el escenario en pirámide, alguien dijo que no se veía al orador y los ayudantes volvieron a reordenar las cajas en el escenario. El moderador añadió algo de intriga preguntando si alguien podía decir qué contienen las cajas. Se descubrió el misterio cuando se anunció la entrega oficial al Colegio de Arquitectos de toda la documentación relativa al proyecto, doce mil hojas en total. Por pedido de un funcionario, se abrió una caja y de ella salió un voluminoso empastado, se abrió como caja de sorpresas y empezaron a desplegarse láminas de planos dobladas hasta el tamaño de la carpeta.
Para el humor quiteño no podía pasar inadvertido, alguien comentó en las redes sociales: Rodas es un mashi chiquito.
Ahora, por lo que parece, quedan dos alternativas, la primera que el municipio de por cerrado el debate y prosiga la obra tal como estaba decidido antes de la socialización del proyecto. Todo al estilo mashi.
La segunda, que la opinión de los ciudadanos se tome en serio y se cambie el proyecto, al menos en el trato al barrio Bolaños y los pasos elevados de la plaza argentina.
De los treinta años de peaje a la empresa china creo que no nos libraremos. El municipio aplicó un sistema de alianzas entre empresas públicas que no requiere de licitación.
Se presenta el proyecto, se analiza y se acepta o rechaza; negociación directa, firma del contrato y socialización del proyecto.