Difícil tarea tienen los simpatizantes de las tesis zurdas cuando, recurriendo a todo tipo de artilugios, desean convencer a los incautos que las programas políticos de todos esos gobiernos que se reclaman de esa tendencia, cuyos resultados no han provocado sino la destrucción de las economías de las naciones que los pusieron en práctica, no han constituido una política de izquierda. Para ellos ha sucedido todo lo contrario.
Supuestamente el fracaso de esos países es por no haber implementado adecuadamente las enseñas teóricas aprendidas en cafetines e inacabables charlas, en las que buscaban convencerse a sí mismos de las supuestas bondades de una utopía que, al contrario del paraíso de sus sueños, al llevárlas a la práctica únicamente ha servido para agudizar la precaria situación de los más pobres, a los que supuestamente reivindicaban. El extravío ha sido notorio.
Todos los estados en los que han aplicado esas proclamas han terminado al borde del caos. Escasez, hambrunas, diásporas, cárceles abarrotadas de disidentes, aparatos productivos destrozados y pueblos empobrecidos configuran el mapa del experimento y dan cuenta hasta donde la necedad humana es capaz de ejecutar disparates con envoltorio de supuesta vanguardia.
¿Dónde está el ejemplo que puedan esgrimir como modelo exitoso? ¿La Cuba de seis décadas de una dictadura implacable? ¿Corea del Norte con los delirios de su líder extravagante? ¿Venezuela con su saga de empobrecimiento y descomposición que ha provocado una huida de cerca de tres millones de sus habitantes? ¿Las ruinosas economías de los países de Europa del Este que llevan décadas de retraso en comparación con sus ricos vecinos occidentales? ¿Acaso es modelo de institucionalidad la Nicaragua regentada por un matrimonio que, en los hechos, han constituido una dinastía similar a la que regía en ese país, a la cual separarla del poder provocó una guerra civil, con miles de víctimas?
Los ejemplos de las desastrosas experiencias pueden continuar. Sin embargo los dogmas siguen vigentes recreados por un sinnúmero de actores de diversas disciplinas, que rayando el cinismo o pretendiendo desconocer la realidad, en un ejercicio de deshonestidad intelectual que los retrata en su verdadera dimensión, aún los quieren imponer como tabla de salvación a los inmensos males de las sociedades y como bálsamo divino para redimir a los pueblos. En realidad son las más ramplonas prédicas populistas, que tienen a inmensos grupos humanos sigan paupérrimos y sin esperanza alguna de mejorar sus precarias condiciones de vida.
Oírlos en su prédicas a sabiendas que apoyan lo indefendible, con una ceguera que no se compadece con la realidad que los rodea ni con el legado que han dejado sus proclamas allá donde fueron puestas en práctica, da la pauta: seguimos como al principio. Décadas de historia no han aportado la más mínima lección de hacia dónde conduce la sinrazón.