‘Las ‘masas’ son manipuladas por los caudillos”, es una afirmación que retrata de una manera parcial la realidad. Sí, las masas son seducidas, usadas y manipuladas, pero ellas, no pocas veces también manipulan a sus seductores. Se produce una mutua utilización e influencia, una compra y venta de lealtades y favores: “Te doy borregos o picos y palas o el bono o pan, techo y empleo a cambio de tus votos”. “Bueno, pero además dame el alcantarillado, el agua, la escuela, la carretera… de paso también baila en la tarima. Vístete de indio. Habla como montubio…”. “Por mi parte, me pongo tu camiseta, te brindo mis aplausos y te doy mi momentánea fidelidad”.
Momentánea en espera del próximo caudillo ganador con el que se repetirá el mismo ritual. Esa ha sido, es y será la historia del populismo en América Latina y en el Ecuador. Este juego de lealtades que deteriora la democracia, envilece a los actores y deja intactos y protegidos los invisibles intereses que generalmente están tras los caudillos.
Pero el populismo no es el único que ha utilizado a las masas. Amplios pasajes de la historia hablan de la manipulación a manos de otros. La mayoría de campañas electorales juegan con los sueños de la gente. Grandes movilizaciones que inicialmente se inspiraron en demandas populares, como la del 15 de noviembre de 1922 en Guayaquil, recordada estos días, terminaron defendiendo a las élites.
La historia tradicional y positivista de la vieja izquierda ecuatoriana relató una parte de este extraordinario pasaje de la lucha popular. Narró la respuesta combativa de los ferroviarios de la “Guayaquil and Quito Railways Co”, de los cacahueros, artesanos, obreros, mujeres, sindicatos, gremios, dirigidos por jóvenes anarcosindicalistas, a la crisis del cacao, a la falta de trabajo, bajos salarios, alto costo de la vida. Cuenta el reguero de pólvora social iniciada por los ferroviarios, seguida por múltiples huelgas y movilizaciones que derivaron en un paro general que dejó a Guayaquil en manos de los trabajadores. Finalmente, se remarca la masacre de cientos de huelguistas a manos del Ejército por orden del presidente Tamayo realizada el 15 de noviembre, fecha que pasó a constituirse en el “bautizo de sangre” de la clase obrera ecuatoriana.
Sin embargo, esta historia habla poco o nada de cómo, en un momento crucial de la movilización, por obra de algunos “inflitrados”, las reivindicaciones de los trabajadores pasaron a segundo plano para posicionar los intereses de los importadores y banqueros: el control del dólar, la incautación de giros. El 16 de noviembre el presidente Tamayo decretó dicho control, los inflitrados fueron designados “asesores” para la ejecución del decreto y los dirigentes de los trabajadores terminaron perseguidos o encarcelados.
La manipulación existe y existirá. La vacuna: educación política de las masas, su ciudadanización.