Una vez que los norteamericanos enviaron tropas a Irak, George W. Bush repitió insistentemente que la guerra se ganaría cuando los estadounidenses volvieran a sentirse seguros. Con la guerra el miedo a la inseguridad creció todavía más. Así pasa ahora con Ucrania: la alarma provocada, el temor a una escalada generalizada y al uso de armas nucleares hacen que el miedo crezca a nuestro alrededor.
Miedo es lo que se masca en nuestra sociedad ecuatoriana ante el fenómeno de la violencia, hasta el punto de sentirnos desventurados y vulnerables, abrumados por la capacidad que los malos tienen de matar y la incapacidad que los políticos tienen de afrontar el caos en el que hemos caído. Llegados a este punto resulta difícil garantizar la justicia, la única condición verdadera para lograr la paz. Nuestras élites siguen soñando mundos maravillosos y diciendo un montón de tonterías, pero la gente común y corriente hace tiempo que ha quedado atrapada en una terrible espiral de violencia.
A un paso de las elecciones, me temo, como un presagio sombrío, que nuestro pueblo esté dispuesto a sacrificar la libertad y la democracia con tal de sentirse seguro. Nos olvidamos de que no hay mesías. Si ponemos nuestra esperanza en las manos del Fûhrer de turno volveremos a reforzar y a perpetuar el maldito miedo que, lamentablemente, nos ha acompañado a lo largo de nuestra historia. Comprendo que en este momento muchos busquen protección, pero, para salir del atolladero, nuestro país necesita algo más. No necesitamos afrontar el futuro incierto con más miedo; necesitamos algo mucho más importante y decisivo: salir de la pobreza que nos devora, unirnos en el empeño de construir una patria mejor, dejar a un lado los intereses de la troncha y tomar partido por el Ecuador, trabajar y dar trabajo y, sobre todo, regenerar una conciencia ética que haga de nosotros ciudadanos buenos y comprometidos.
Tengan cuidado con el miedo. Siempre es rentable, económica o políticamente. Al final, los ciudadanos – ovejas acaban siendo protegidos por los delincuentes – lobos. Lo decía Zygmunt Bauman, que sabía de lo que hablaba.