Seguramente nadie va a discutir que los países petroleros, es decir aquellos que disponen de excedentes luego de haber satisfecho sus necesidades internas, son privilegiados en grado sumo, pues pueden venderlos a los demás y exigir que los paguen a los elevadísimos precios que están vigentes, desde hace unos cuatro años en los ávido centros de consumo.
Solo para disponer de una idea general de la diferencia, es bueno el ejemplo del propio Ecuador. La primera exportación desde Balao, se cotizó en 1972 a USD 2,50 el barril de petróleo crudo y hace solo unos meses llegó a pagarse por la misma unidad de medida 146 dólares. De esta suerte, los ingresos del Gobierno han aumentado hasta la estratósfera, y si bien algo se aflojó el mencionado nivel, ahora con el estallido de los países árabes, la tendencia alcista ha sido retomada, por el temor de que se interrumpa el abastecimiento de hidrocarburos, y estos mismos días ya el nivel es de unos 105 dólares por barril.
En consecuencia se justifica por una vertiente, la expresión según la cual ‘los gobiernos petroleros han ganado el gordo de la lotería mundial’ contemporánea.
Pero no necesariamente los ‘pueblos’ correspondientes, ya que todo ha dependido y depende de la manera cómo se gaste, léase se invierta, el ‘gordo’, a quiénes beneficie y cuánto progreso económico y social se obtenga.
Y allí se ubica toda la encrucijada, la alternativa vital: o auténtico desarrollo humano o despilfarro irresponsable, corrupto y malsano, como se reveló por ejemplo también este domingo, al informarse que mientras Gadafi disparaba contra su pueblo en Libia, “depositó en secreto unos USD 4 800 millones, dentro de uno de los principales fondos de inversión de Londres. El objetivo de esta transacción es proteger su fortuna familiar”.
Y si bien la aberración del gobernante libio puede considerarse como la más escandalosa, luego de 42 años de disfrutar del mando absoluto en su martirizado país, no resulta muy diversa que la conocida a propósito de otros caudillos que han preferido poner sus pies en polvorosa, apenas la situación doméstica se ha deteriorado de modo inquietante, lo cual ha incluido el caso de muy cercanos ministros, diplomáticos y colaboradores quienes de súbito han descu-bierto los pecadillos de sus respectivos líderes.
Solo así se asimila que luego de semejante colosal traslación de recursos financieros, ni uno solo de los países de la OPEP sea realmente ‘desarrollado’, ni haya solucionado sus dislocaciones estructurales. Y si se vuelve un instante al Ecuador, sí sorprendió en cambio la declaración de la Cancillería frente a las masacres de los libios tan ‘flojona’, tímida y timorata, tan alejada de los propósitos de la paz, el imperio de los principios del Derecho y el valor más alto de las facultades humanas y de su incondicional defensa.