Esa conversación es del año anterior, dijo el Presidente de la Asamblea Nacional cuando le preguntaron si había hablado con el ex Contralor prófugo de la justicia. Así parecía minimizar el problema como algo pasado. Me alertaron que estaba en las redes, dijo el Fiscal General cuando le preguntaron dónde obtuvo la grabación del diálogo telefónico entre el Presidente de la Asamblea y el Contralor destituido.
Siempre ha sido igual; a los políticos no les gusta hablar del pasado sino del futuro, de lo que piensan hacer. El acusado de corrupción actúa como un Lot bíblico, huye del incendio de Sodoma, sin regresar a ver para no convertirse en estatua de sal. Pero no tiene caso, aunque huya, el corrupto lleva la candela en el rabo de paja.
Asistimos a un espectáculo que tiene actores, escenario y espectadores. Los actores son altos funcionarios del Estado, uno de ellos prófugo; el escenario es la política y los espectadores son los ciudadanos. Las cámaras y el tropel de periodistas acuden impacientes de uno a otro, puntuales a la convocatoria. Los funcionarios se insultan, se espían, se amenazan, se chantajean, se denuncian; los discursos están llenos de insinuaciones, sin razones ni pruebas, sin verdades; al fin y al cabo en el espectáculo no caben verdades, las emociones son las que conmueven a los espectadores.
El Fiscal aseguró que pueden atentar contra su familia o colocarle un kilo de droga. El Presidente de la Asamblea, para mostrar que había tomado nota de la insinuación, dijo con un documento en la mano, extraviado por años, que llevaba un kilo de verdades. Sin embargo eran las verdades las que faltaban; no dijeron quién grabó la conversación telefónica, cuál era el pacto del que hablaban, quién se guardó el documento que ahora aparece. “Si nada es verdad, todo es espectáculo”, dijo Timothy Snyder.
El espectáculo tiene corta duración, los espectadores se aburren y exigen otros casos, otras denuncias y se olvidan de las anteriores; más adelante ocurre un fenómeno extraño, a los ciudadanos les repugna la corrupción pero al mismo tiempo les fascina, les entretiene ver a los poderosos balbuceando, tratando de dar explicaciones, cuando los espectadores ya han decidido que son culpables.
Es posible que el show de los tres funcionarios termine como los espectáculos de entretenimiento, con todos ganadores. Como en el pugilato donde el perdedor y el ganador, ambos, cobran honorarios que pagan los espectadores.
Se pensaba que con la consulta popular terminaría la crisis política y el Gobierno se dedicaría a resolver el problema económico. Ahora vemos que la crisis política no ha sido domada, el círculo del poder es un charco de cocodrilos que se muerden entre ellos, cualquier movimiento allí resulta peligroso.
Solo queda esperar que el Consejo de Participación Ciudadana inicie los cambios que no ha podido hacer el Gobierno.