Ante las denuncias del nuevo periodismo que desestabilizan al gobierno, caben mil posiciones diferentes que, con cierta arbitrariedad, pueden clasificarse en tres. Los que creen, los que dudan y los que saben.
Los que creen felicitan a los periodistas por su profesionalismo y su valentía. Están persuadidos de que han realizado un trabajo admirable para descubrir lo que el poder quiere ocultar y hacer un gran servicio a los ciudadanos. También están convencidos de que las denuncias prueban irregularidades y corrupción en el gobierno.
Los que dudan no ven transparencia, advierten pocas pruebas y muchas suposiciones, opiniones, intenciones. Dudan ante la duda del gobierno para organizar un relato y defenderse con solvencia. No están seguros de que sea solo periodismo y no ven claro el propósito político último. Sospechan que hay algún poder que maneja los contenidos y los tiempos. Y sospechan que hay cosas que ocultar.
Los que saben ven un periodismo de telenovela, lleno de emotividad, vanidad y publicidad. Saben que cualquier gobierno sería capaz de desmontar la trama y piensan que el problema de fondo todavía no aparece. Piensan lo que significa que entre funciones del Estado se acusen de estar contaminados por el narcotráfico, y tiemblan.
Antes de descubrir una verdad se coquetea con la sospecha, eso hace verosímil la denuncia. Lo que empezó como la acusación de que funcionarios y operadores del gobierno estaban, involucrados en un operativo de desvío de fondos públicos, se transformó en certeza con las renuncias, los despidos, las fugas y las vacilaciones del gobierno. Después avanzó hacia la conexión de esa trama con un cartel del narcotráfico.
Si el gobierno se encoge significa que está asustado. Estará negociando para evitar la destitución del presidente y poner en riesgo el sistema bancario. Ese desenlace no es conveniente ni para la oposición, ni para los poderes ocultos, pero la amenaza que han puesto en juego es terrible.