El hilo argumental de las leyes que se expiden para estructurar hacia abajo la Constitución, gira en torno a la “lógica de los controles”, que anima, por igual, a la Ley de Recursos Hídricos -que espera el momento de reactivarse-, a la Ley de Educación Superior, a la Ley de Comunicación, a la Ley de Datos, a las reformas tributarias, etc. Y la otra, es la lógica de la concentración y de la burocratización de las actividades e iniciativas de la sociedad civil. Por lo pronto, el modelo respira estos aires.
1.- Los fundamentos del control.- Controlar significa someter a las personas, grupos y sociedad a un sistema de pautas rígidas, de normas jurídicas sancionadoras, que nace de la desconfianza, del recelo, y por cierto, del afán de uniformar el pensamiento, las actividades, los estilos de vida, los proyectos y las ilusiones. La idea que inspira a la tesis controladora es la de imponer como verdadero, justo y conveniente lo que el poder cree que debe ser, y lo que al poder le conviene. En esa perspectiva, esta clase de controles son esencialmente antidemocráticos: obran desde arriba, son verticales, unilaterales y excluyentes. Respecto de ellos no cabe discrepancia, cabe únicamente obediencia.
2.- El sacrificio de la libertad.-El mayor sacrificio en tal escenario es el sacrificio de la libertad. Los controles implican que el poder ya decidió lo que se debe creer y lo que se puede hacer. Como dice la gente, “nos dieron decidiendo” y “nos dieron pensando”. Y las actividades e ideas quedan sujetos a la estrecha red de los permisos, al riesgo de las sanciones y las clausuras. Por ejemplo, si se determina desde el poder la orientación de los estudios superiores, de los contenidos académicos, las tareas “sociales” que deben cumplir los universitarios, poco espacio queda para elegir a estudiantes y profesores, y si hay alguna la elección, se hará de contrabando, soslayando inspectores, escondiéndose de las denuncias, lidiando con las sanciones.
En el tema de los medios de comunicación, si se crea una red de controles y un régimen de calificación y censura, no habrá libertad de elección: leeremos, escucharemos y miraremos lo que el poder quiere, cómo el poder quiere y cuándo el poder quiere. Se publicará lo que sobreviva a los filtros de la burocracia sancionadora, y así se formará una opinión pública domada, que será, en realidad, la caja de resonancia de lo que convenga decir. Todo esto es grave porque tanto la universidad como la prensa, necesariamente, generan pensamiento crítico, cuyo destino obvio es cuestionar al poder, a todos los factores de poder. La sociedad sin críticos se empobrece, se automatiza en la obediencia, se deshumaniza en el temor. La democracia sin críticos, sin oposición, sin alternativas que se respeten, se transforma en trámite. El poder sin críticos se vuelve inevitablemente absoluto, monopolio de la verdad, fuente la moralidad, sustituto de la libertad.
3.- La inevitable burocracia.- Los controles tienen una terrible hijastra: la burocracia. Por más que los ideólogos piensen con enorme ingenuidad que los controles se quedan en los altos niveles políticos, en los intelectuales del poder, la verdad inevitable, desde que el mundo es mundo, es que la fuente de poder desciende del olimpo político, y se radica en los funcionarios menores, en las ventanillas, en los comités, en los inspectores, en los encargados de investigar y sancionar. Con ellos hay que lidiar. Ellos son los que interpretan las normas, cargan las tintas, estructuran “su verdad”, escriben el memo, preparan la resolución, sugieren la sanción, niegan o conceden el permiso, retardan o aceleran el trámite. Y allí, entonces, se radica un problema moral y práctico, porque, como la historia enseña, prospera en ese sistema la cínica filosofía de “crear dificultades para vender facilidades”, de controlar con la rigidez necesaria para angustiar lo necesario, de ajustar para aflojar, de atemorizar, de ilusionar. El viejo cuento de ya viene el “cuco”.
4.- ¿Y quién decide lo que se debe y lo que no se debe?.- Cuando el poder decide controlar ya sea la educación, ya sea la prensa u otro aspecto de la vida, parte del supuesto de que él tiene la verdad, de que sabe lo que a todos conviene y lo que no. Allí está el error grave, porque el poder es simple atributo para mandar, autorización provisional para gobernar, pero no es ni puede ser, juez de veracidad. No puede convertirse en el amo de las libertades. La democracia es simplemente método de elección, que no transforma a las asambleas en fuente de verdad, y menos aún en titular de la moral. ¿Cómo puede decidir el diputado, suplantando a la gente, lo que es bueno y lo que es malo? ¿Con qué derecho se decide desde un comité, o desde un congreso, lo que se puede estudiar y lo que no, lo que se debe o no se debe publicar?
Lo curioso es que quienes con frecuencia propician estas tesis son intelectuales que, se supone, deberían estar comprometidos con las libertades, con la capacidad de elección. Lo curioso es que ellos fabrican herramientas para reprimir a los que piensan, cuando, se supone, que su oficio es pensar.
No puedo jamás coincidir con la tesis controladores a ultranza, porque ellas parten de la errónea e inaceptable tesis de que el poder tiene el secreto de la verdad, de la justicia y de la interpretación de las libertades.
Que el poder sabe más sobre los intereses y planes de las personas que las propias personas.
Que la planificación puede normar la intimidad, pautar la educación, sancionar a la opinión. Y nada de eso es cierto. Y para nada de eso tienen derecho.
5.- La dependencia y la esterilidad.- El siglo XX puso de manifiesto que los frutos inevitables del Estado interventor y de la burocracia controladora fue la represión.
Que las sociedades se volvieron estériles y dependientes. Estériles porque la capacidad creativa, la potencia crítica, la posibilidad disidente quedan anuladas.
Que el permiso sistemático genera dependencia de la burocracia; que la amenaza de la sanción rompe los vínculos de confianza; que el que educa o el que escribe, mientras dicta clase o enfrenta la pantalla del computador, inevitablemente se autocensura, se reprime, no por responsabilidad sino por miedo, por cálculo, que es una forma de hacerle fraude a la conciencia.
Y una sociedad marcada por el disimulo, el susurro o el acomodo, no es ni democrática ni digna.