Esto de la pandemia nos ha vuelto un poco locos. Hemos visto ordenar y aplicar medidas que nos han parecido absurdas, como abrir los centros comerciales antes que los parques nacionales.
Hemos desinfectado las llantas de los carros y lavado con alcohol los alimentos, pero nos hemos puesto la mascarilla bajo la nariz.
La sociedad se ha movilizado por la reactivación económica pidiendo a gritos abrir sus negocios cuando estaban cerrados. Empezó diciembre y las fiestas, ventas y paseos por los centros comerciales (y por eso ahora las nuevas medidas) se convirtieron en aglomeraciones, potenciales focos de la infección y el contagio. Los ciudadanos han protestado por el pico y placa, por las pérdidas en cada sector. Pero nadie se ha movilizado por la educación. ¿No tienen más exposición al virus los niños y jóvenes en un mall, en la calle, en los negocios de los padres, en el mercado, que en la escuela, ingresando con protocolos, educándolos para el autocuidado?
En esta locura pandémica hemos visto abrir negocios de todo tipo, restaurantes y tiendas de ropa, pero hemos hecho las ferias del libro de Quito y Guayaquil por zoom y con avatares. Bien por los eventos virtuales a los que se ha conectado mucha gente, intelectuales y académicos de dentro y fuera del país, mucho más que si los eventos hubiesen sido presenciales. Pero mal por los libros: casi ningún libro vendido en un sector bastante deprimido como es el sector editorial, que, con la feria, recuperaba en algo su inversión. Mal por los lectores que no han podido llenar sus bolsas de regalos, con libros, como en ferias pasadas. Almacenes abiertos. Teatros y cines, cerrados.
La locura pandémica nos ha llevado a usar la mascarilla en el auto aunque el conductor vaya solo o con su núcleo familiar y a sentarnos en un café ocupando tres mesas.
La locura es global. Las medidas, también. Algunas suenan bien y otras parecen un contrasentido, propias de un momento distópico en el que nadie sabe bien qué hacer. De esa incertidumbre ha salido toda clase de noticias falsas, curas milagrosas, movimientos negacionistas que han hecho movilizaciones masivas sin mascarilla, desafiando así a las medidas tomadas por los distintos países para frenar los niveles de contagio.
La gobernanza global de la crisis nos deja claro que la humanidad debe concentrar inversiones y esfuerzos en el desarrollo de la ciencia, en la investigación, en reforzar sus sistemas sanitarios y en la educación de la población. Y de eso, de los sistemas de salud y de la inversión en educación, poco hablan los candidatos que ahora corren en la contienda en este pequeño e invisible país del sur.
El saldo pandémico será catastrófico en la economía. Pero debe darnos lecciones de humildad, empatía y solidaridad. De esas tres cosas está hecha, justamente, la Navidad. Felices fiestas pese a la locura de este tiempo.