Hace pocos días atrás, Manuel Alcántara, profesor emérito de la Universidad de Salamanca, acaba de publicar un artículo muy sugerente sobre este tema: los límites del poder.
Muy sugerente porque son las normas las que pueden blindar y proteger a la democracia en el caso de haya políticos que quieran extralimitarse más allá de las funciones y, por otro lado, se convierte en uno de los valores más importantes de los líderes políticos democráticos: su capacidad de autocontenerse y autolimitarse sin que medie para ello una sanción.
¿Pero qué alcance tiene todo esto? En dos aspectos que son claves cuando se trata de mantener la democracia o tender hacia el autocratismo: la reelección presidencial indefinida y el respeto irrestricto del equilibrio e independencia de los poderes del Estado.
Sobre este punto vienen a colación tres casos preocupantes: Venezuela, El Salvador y Nicaragua. Nicolás Maduro volverá a presentarse por tercera vez consecutiva en el 2024 a la Presidencia. Lo que resulta irónico e inaceptable es que lo hará con un Consejo Nacional Electoral controlado por su esposa, Cilia Flores.
En el caso de El Salvador, Nayib Bukele, pese a limitación legal que existe para la reelección, se ha encargado de influenciar poderosamente en otros poderes del Estado para allanar el camino de su reelección presidencial en el 2024. Algo que ha hecho sistemáticamente su vecino Daniel Ortega en Nicaragua. No hablo de Cuba porque desde hace tiempo que es un país autocrático.
Como puede verse, la reelección indefinida y la ruptura del sistema de pesos y contrapesos están entrelazados. Lo uno lleva a lo otro y viceversa.
En nuestro caso, estamos a un paso de entrar en lo que conoce como autocracias electorales y luego en una autocracia propiamente dicha. Un partido controla ya el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social. A través de esta instancia van a tomarse el Consejo Nacional Electoral y otras instancias claves que podrían limitar el poder de quienes tienen una vocación autoritaria y antidemocrática.