De repente, el ex Vicepresidente de la República se convirtió en la piedra angular del próximo proceso electoral. No hay escenario político que se construya sin que Lenín Moreno aparezca como un actor imprescindible.
Las encuestas, de momento, le dan un punto de partida envidiable. Alianza País lo ve como una tabla de salvación porque pese a los años en el poder no ha logrado consolidar relevos de competencia ni mecanismos internos que democraticen el derecho de su militancia a elegir y ser elegida. Y el Gobierno en su conjunto cree que Moreno es quizás el único candidato que sabrá amortiguar el desgaste por el manejo autoritario del Presidente y sus ministros y la llegada de la crisis económica.
Es comprensible que el oficialismo vea en Moreno al médico que sanará sus males. El problema es que lo están sobreexponiendo con mucha antelación, una estrategia que puede resultar contraproducente.
Por ejemplo, la disidencia del correísmo (los hermanos Larrea en primera fila), al sentirse seducida por el ex Segundo Mandatario, no dudó en hacerle una propuesta audaz: abandonar al Presidente… Pero el cruce epistolar entre Moreno y Correa, garantizando su fidelidad total, hizo que este plan se estrellara en el pavimento. La incipiente Democracia Sí perdió, de esta manera, capacidad de maniobra.
Sin embargo, en esta disputa por Moreno, el Régimen tampoco puede cantar victoria. En su desesperación por tener el control de los escenarios posibles, se acercó a él demasiado pronto, exponiéndolo con antelación a las críticas por la gestión gubernamental.
A medida que pasan los días y la gente hable de crisis económica, desempleo, seguridad social, respeto a las funciones del Estado… el nombre de Moreno se escuchará con más fuerza. La gente le exigirá respuestas y le pedirá cambios. Cuando aún falta un año para las elecciones, Alianza País ha convertido, deliberadamente o no, a Moreno en el candidato del continuismo. ¿Qué dirá Jorge Glas?