Fui a entrevistar a Lenín Moreno hace diez años, cuando acababa de instalarse en la Vicepresidencia. En ese primer encuentro me contó su vida con calidez y sentido del humor hasta que llegamos al balazo que casi lo mata. Entonces indagué con recelo si había entrado al túnel de luz del que hablan los místicos y los poetas. Dijo que sí, que era de color caramelo y que se encontró fugazmente con un pariente fallecido tiempo atrás, quien le dio un mensaje que se cumplió. Añadió que era la primera vez que relataba eso en público y me confesó que aún veía a las cámaras de televisión como bazucas a punto de disparar sobre él.
Al abandonar el edificio de la Vicepresidencia recuerdo haber pensado que ni al mejor guionista de Hollywood se le habría ocurrido una pareja política con tantas posibilidades dramáticas: el galán joven, pintón, impulsivo, costeño audaz e hiperactivo, junto al hombre mayor, sosegado, que ha vuelto de la muerte en silla de ruedas, superando con humor los dolores terribles de la columna. Como otros que tuvieron experiencias límites, Lenín había revalorizado las cosas auténticas de la vida y no iba a perder la cabeza con el poder y su hoguera de vanidades.
A continuación, el país miró alucinado el desarrollo de la trama televisiva: mientras el avasallador caudillo iba copando todos los espacios del poder, dilapidaba los recursos del Estado, sembraba odio y división y era endiosado por la propaganda oficial, el vicepresidente se concentraba en los discapacitados y mantenía un índice de popularidad más alto que el Número Uno, lo que hería secretamente su colosal narcicismo. Por ello, apenas Lenín se retiró en el 2013, fue desmantelada su exitosa Misión Manuela Espejo.
Como en una House of Cards criolla, el inevitable deterioro de Rafael Correa incorporó persecuciones, enredos, delaciones e historias paralelas tan espectaculares como las de Capaya y Glas. Finalmente, ese señor todopoderoso que disponía de nuestro dinero y de dos rugientes aviones, un servicio de Inteligencia que lo espiaba todo y una corte de lacayos, quedó reducido (por ahora, ojo) a un rostro distorsionado que ofende por Skype mientras el país discute siete preguntas que en el fondo se reducen a una: ¿Respalda usted al Presidente actual?
Por mi parte, no dudo de las buenas intenciones de Lenín Moreno; dudo de su capacidad de maniobra cercado como se halla por correístas pesados que por ahora fungen de demócratas y guardan silencio incluso cuando su ídolo es acusado de haber endeudado perversamente al país, pero que esperan un cambio de la correlación de fuerzas para volver a imponer su agenda. Si a pesar de ellos y ellas el Presidente arregla la economía y saca el país adelante, habrá superado un obstáculo casi tan grave como el balazo que recibió por la espalda. Ojalá lo logre.
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