‘Los especialistas son los bárbaros de nuestro tiempo’, escribió Ortega; atribuía a ‘bárbaro’ la acepción de ‘inculto, grosero, tosco’… Quedémonos con la incultura, y dejemos de lado la grosería y la tosquedad, aunque tan a menudo la acompañen.
No hemos de ir lejos para comprobar la triste autenticidad de tal aserto; Ortega se refería a aquellos estudiosos que, hacia la primera mitad del siglo XX ¡ay, tan lejana!, presumían de un conocimiento exhaustivo de un área de la realidad, que valoraban siempre que estuviese basado en experimentos que avalaran en la práctica el valor un principio o una ley.
El avance de los conocimientos provistos por las ciencias positivas dio como resultado las enormes ventajas y trágicas carencias del mundo que habitamos. La altísima conquista tecnológica nos abruma: nuestra forma global de ‘comunicación’, la información constante sin formación crítica que ayude a valorarla priman en nuestro trabajo, por encima de las enseñanzas de las ciencias sociales o humanidades. ¡Trágica postura! Es locura negar el valor de lo logrado gracias al avance incontrastable de las ciencias y de la tecnología, como es locura pretender que los avances de la tecnología remedien la miseria de nuestra condición humana. No es extraño, por esto, que los directores de las academias argentina, chilena, paraguaya y uruguaya, reunidos en Montevideo, hayan acordado dirigirse a la opinión pública ‘para manifestar su preocupación por el estado actual de la enseñanza de la lengua española en los sistemas nacionales de enseñanza’.
Anotan el gravísimo deterioro de los aprendizajes lingüísticos que repercuten negativamente en el uso del lenguaje, sobre todo en lo atinente al lenguaje escrito. Esta circunstancia, añaden ‘compromete seriamente la integración de los jóvenes a la sociedad en la que los vínculos y relaciones se establecen fundamentalmente a través del instrumento del lenguaje, y menoscaba la interacción democrática’.
Nos abruma esta preocupación manifiesta por academias de países entre los cuales se hallan los más cultos de nuestro subcontinente. Queremos, con ellos, ‘comprometer nuestro esfuerzo en la colaboración con las instituciones responsables de este aspecto de la educación para mejor comprender y solucionar la situación señalada’.
He de añadir a este comunicado el acuerdo consciente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, que conoce y lamenta profundamente el enorme deterioro de nuestro humanismo, la indiferencia de las autoridades educativas al respecto, la inexistencia en nuestros programas educativos y universitarios, de carreras como lingüística, filosofía, literatura, historia, o su simplificación, que las absorbe en facultades con nombres rimbombantes, testimonio mayor aún de su inexistencia.