Para leer en Semana Santa
“No quiero morirme, no; no quiero, ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre”, dice don Miguel de Unamuno en ‘Del sentimiento trágico de la vida’. Vale recordar aquella lectura en estos días de Semana Santa en los que la idea de la muerte y la vida revolotea por la cabeza de algunas personas creyentes y no creyentes.
¿Por qué no queremos morir? Solo el paso de los años nos permite entender que aquellas palabras de Unamuno no expresaban miedo a la muerte, sino que eran un lamento genuino sobre la corta duración de la vida. Es que la vida –a pesar de cualquier dolor o sufrimiento– es un regalo maravilloso que vale la pena disfrutar con intensidad.
Por eso nos resulta trágico saber que algún momento terminará, argumentaba el escritor salmantino. Él no entendía ni aceptaba a la muerte y en su obra intentó dilucidar por qué Dios decidió darle la vida si tenía previsto quitársela después.
A pesar de los reparos de Unamuno sobre las decisiones de Dios en torno a la vida y la muerte, creo que la religión católica sí ofrece una noción extremadamente sugestiva y atrayente: la de la resurrección. Ella nos transmite la idea de que la vida siempre nos ofrece nuevas oportunidades, multiplicándose y recreándose a sí misma infinidad de veces.
La imagen de Jesús que, un día como hoy, se eleva a los cielos vivito y coleando tras haber sufrido una muerte terrible es poderosa para quien quiera sobreponerse a la adversidad aquí y ahora. En eso, el cristianismo tal vez se parezca al existencialismo, pues ambas tratan a la vida y a la muerte como dos caras de una misma moneda, como dos entidades que a veces se confunden entre sí.
Los existencialistas dicen que la vida no es sino “un tránsito hacia la muerte” y que siempre estamos “a punto de morir”. En vez de amedrentarnos, la inminencia de la muerte puede alentarnos a darle un sentido a nuestra existencia. La certeza de que estaremos en este mundo por un plazo finito es una oportunidad para que en ese breve lapso hagamos lo mejor con nuestra vida, dicen los existencialistas.
No se trata únicamente de disfrutar cada día de una forma hedonista, sino de intentar vivir lo que los griegos denominaban la ‘buena vida’. Esta consiste en hacer lo que uno deba, a pesar del costo que esa decisión pueda causarnos; en asumir el dolor en vez de soportarlo; en pelear por lo que se cree; en rebelarse contra la adversidad.
En una palabra, ‘vivir bien’ significa tener el control de nuestra existencia y asumir las consecuencias de nuestros actos, decían ellos. Si los antiguos griegos tenían razón –y yo creo que la tienen– la frase de Unamuno tal vez pudiera reescribirse así: “No quiero vivir una mala vida, no; no quiero, ni quiero quererlo; quiero vivir bien siempre, siempre, siempre”.
@GFMABest