Leer es un ejercicio que nos prepara para la vida porque nos permite experimentar anticipadamente sentimientos e ideas que jamás se nos hubieran cruzado por el corazón o por la cabeza. Por ejemplo, cuando tenía veinte años leí‘Humillados y ofendidos’, una novela de Dostoievski que me acercó por primera vez –aunque de forma espeluznante– al dolor humano. Gracias a ese libro, creo yo, pude, dos décadas después, entender mejor mi propio sufrimiento, darle un sentido y hacerme más humano. Afortunadamente, los libros también nos preparan para el regocijo y la alegría. Por ejemplo, gracias a los libros de Hemingway –los he leído todos– pude apreciar mejor la importancia del vino, la belleza de los paisajes agrestes y la pintura de Cezanne.
Todo eso uno lo entiende más tarde, porque el recuerdo de los libros leídos aparece cuando uno lo necesita. Por esta razón, lectores lúcidos como Montaigne o fanáticos como Michelet hablaban muy en serio cuando decían que en su biblioteca vivían sus mejores amigos.
Pero leer no siempre es divertido o edificante. Aparte de textos herméticos como los de Jacques Derrida o francamente aburridos como los de contabilidad de costos, hay libros cuya lectura le hacen sentir a uno como si se sumergiera en aguas hirvientes. Me pasó con ‘Genealogía de la moral’, de Nietzsche y, extrañamente, con ‘Rayuela’, de Cortázar. Es que a veces uno necesita ayuda de otro escritor para leer ciertos libros.
En ese sentido, mis lazarillos predilectos son Stefan Zweig, Isaiah Berlin y Vargas Llosa. Gracias a sus críticas razonadas he sido capaz de transitar sin tropiezos o caídas de consideración por los textos de von Kleist, Maquiavelo y del exquisito Saul Bellow.
Leer en demasía tampoco tiene sentido. Se trata, en todo caso, de un vicio con ribetes virtuosos pero que, a la larga no le aporta mucho a la vida de uno. (No por nada Don Quijote y Madame Bovary se volvieron locos por leer tanto). Ahora, con el paso de los años, soy más partidario de releer. ‘La Ilíada’ y ‘La Odisea’ son libros que ocupan siempre mi atención. Los ensayos de Orwell también.
Estoy por terminar ‘Promise at Dawn’, unas memorias entrañables sobre la niñez y juventud de Romain Gary, un escritor francés de origen eslavo al que llegué gracias a William Styron, el autor de ‘Sophie’s Choice’. No conocía ni de oídas sobre la existencia de Gary. Leerlo durante estos días ha sido un regalo gratificante.
Comparta sus lecturas con los amigos. Esto hago a veces para convencerme de que leer no me convierte en un misántropo sin remedio. Tome el libro que más le haya gustado y vuelva a leerlo. Se dará cuenta que ese mismo texto puede ser entendido de una forma totalmente diferente. Como dice Savater: “Lea y despierte”.