Las elecciones del 23 de febrero, sin duda, cambiaron el escenario político ecuatoriano. Uno es el Ecuador político antes y después de las elecciones seccionales. Quizá lo más significativo es que el tiempo político hacia el 2017 se aceleró de tal forma que la continuidad y supervivencia del proyecto político correísta ha pasado a ser el tema central de discusión. De ahí la importancia del debate sobre la reelección indefinida del Presidente. En esa perspectiva, gran parte del futuro político del Ecuador dependerá de cómo se organice el escenario político, cuáles serán las variables que articulen el agrupamiento de las fuerzas no solo políticas sino también sociales y económicas. La estrategia de Correa, la línea divisoria con la que el correísmo nació y creció desde su origen fue la estructuración del escenario político a partir de dos clivajes polarizadores: la oposición entre una nueva política y la llamada partidocracia; y la oposición entre neoliberalismo y derecha y una propuesta de reforma, refundación, transformación del Ecuador hacia la izquierda.
Como sabemos, esta estrategia de polarización le resultó tremendamente efectiva al grupo dominante y a su caudillo para consolidar su poder. Es más, en los últimos procesos electorales le ha ido tan bien, que ha derrotado y casi borrado completamente del mapa político a las fuerzas de la llamada partidocracia. Si se mira a los partidos y movimientos que este momento han ganado relevancia y tienen viabilidad, se constata una drástica renovación del sistema de partidos en el país. Algunos partidos tradicionales ya han desaparecido y otros están con tarjeta amarilla a punto de ser borrados del registro del CNE. Es por ello que este clivaje de polarización, podríamos decir, ha quedado superado y muy difícilmente la política ecuatoriana de los años venideros seguirá gravitando alrededor de la oposición entre nuevos actores y partidocracia.
Queda, entonces, la segunda polarización. Y es ella una de las bases sobre las cuales la estrategia oficialista pretenderá organizar el escenario político futuro. En ese sentido, y ya constituye uno de los temas centrales del discurso oficial, se buscará en los próximos años reducir la realidad política ecuatoriana a una lucha entre derecha e izquierda, entre las políticas y recetas programáticas del pasado neoliberal y el supuesto proyecto transformador del Gobierno. Aquella será una, quizá la más importante, tabla de salvación retórica del Gobierno. Con ella, además, buscará evitar que las fuerzas del no correísmo se unifiquen en un frente común y afianzará la lógica fragmentaria de la oposición. Queda como interrogante saber si al oficialismo esta estrategia le seguirá siendo efectiva. Si la frase “no hacerle juego a la derecha” le seguirá siendo útil para reinar sobre una oposición dividida, una oposición que debería enfatizar más en lo que la une que en lo que la separa y si será capaz de construir un proyecto nacional que articule consensos fundamentales más allá de sus diferencias.