Y llegó la época de los resúmenes y de las comparaciones. Y la época de reconocer que sobre un año de estimables creaciones bibliográficas, hubo una obra que se levantó como vértice de altura significativa: se trata de la que compuso el doctor Juan Cordero Íñiguez, bajo el nombre de ‘Signos de la identidad cuencana’.
La obra consiguió recoger múltiples elementos de singular calidad, desde logradísimos alto relieves, pasando por un texto de singular erudición al explanar el tema central, una impresión correctísima y, por supuesto, las maravillosas acuarelas ejecutadas por el arquitecto Manuel Martínez Espinoza, para esta ocasión, al ritmo con el que avanzaba el desarrollo de rigor lógico y fácil estructura de los capítulos que integran el cuerpo del estudio.
El propio alcalde de Cuenca -Paúl Granda López- escribe con austeros términos la Presentación y observa cómo la ciudad es una urbe que va hacia medio millón de habitantes y que debe mirar su destino, tal como lo ha hecho en otras épocas, afrontando los problemas que se presenten y dando inteligentemente las respuestas más adecuadas. El personero municipal sostiene que debe vérsela a Cuenca como Ciudad de las Ciencias y de los Conocimientos, lo que lleva a planificar y encaminar las acciones hacia ese objetivo, visto como un reto, quizás como una utopía. Simultáneamente el Alcalde agradece al autor de la obra, al artista que elaboró las ilustraciones, a Diners Club por su apoyo y a todos quienes han hecho posible que entre a circular este libro “imagen histórica de nuestra ciudad”.
Un atinado Prólogo fue escrito por el subdirector de la Academia de Historia, fray Agustín Moreno Proaño, quien luego de puntualizar que en América se fundaron ciudades que son una especie de repetición de la Metrópolis Ibérica, advierte que sin embargo “pocas son las ciudades americanas que hayan alcanzado una propia personalidad como para competir y aún superar a sus homólogas españoles”; propiamente solo Cuenca y Loja.
En la Introducción, Juan Cordero Íñiguez confiesa sin ambages, el objetivo central: “Nos proponemos revisar nuestro pasado para extraer aquello que creemos que nos da una imagen local y regional, con la que nos identificamos y nos identifican”. Y desde ese momento, al magno empeño dedica toda la iluminación de sus vastas lecturas, su erudición y sus más considerables reflexiones.
Desde ese mismo instante, arranca para el lector la aventura del descubrimiento, el deslumbramiento además de las condiciones gráficas del libro y quizás, sobre todo otra consideración, el diálogo fecundo e ininterrumpido con los conceptos y las tesis del autor, que van desde aquello de ‘morlacos’ aplicado a los cuencanos, hasta el característico ‘cantado’ de su habla, el mote pata, el pase del Niño, las costumbres de año viejo y el encuentro con hombres y mujeres culminantes del Austro ecuatoriano.