Imagínen tener de padre a Jorge Yunda. ¡Qué vergüenza macabra y absoluta! El monigote icónico de la corrupción ecuatoriana. Ese hombre, en sí mismo, es un póster gigante de la degeneración institucional, del zapateo encima de la democracia.
Su candidatura es un chiste, de los malos. Aquí se los cuento. En octubre de 2021 se le condena por una “infracción electoral muy grave”, haber incumplido la sentencia que confirmaba su remoción del cargo. Buscó artimañas jurídicas para agarrarse como garrapata a la teta municipal. Condenado con 3 años de suspensión de derechos de participación. Yunda recurrió la sentencia.
El 19 de agosto de 2022 cae la segunda sentencia. Esta ya es inapelable, de última instancia, la última palabra, la decisión final, la condena – supuestamente – ineludible. Se le impuso una sentencia de dos años de suspensión de derechos de participación. Es decir, del 19 de agosto de 2022 hasta el 19 de agosto de 2024 el señor Yunda no podía presentarse a ningún proceso electoral, ninguno.
¿Condena ineludible? ¿Cualf (así, con la f quiteña)? El juez Richard González – el responsable de la ejecución de la sentencia – se niega a que la sentencia se aplique. Su excusa: Fiscalía investiga posibles irregularidades en la emisión de la sentencia. ¡¿De cuándo a acá una investigación frena la ejecución de una sentencia?! No se me ocurren precedentes, ni en Ecuador ni en el extranjero. Resulta que una decisión en derecho para un caso concreto – una sentencia – muere cuando hay una investigación en curso. No otra sentencia, no otro proceso, solamente una investigación. ¡Solo en Ecuador!
Me imagino a Baby Yunda mirar a su padre reírse de los escándalos de las frecuencias, jugar al ecuavoley con propietarios de empresas que luego resultarían contratistas, con impavidez. Dándose cuenta que todo es posible.
El resto de ciudadanos estamos en una posición similar, solo que a nosotros sí nos duele el corazón.