Hace varios años me estaba peleando con una escritora en París. Yo argumentaba -sin razón- que actualmente el mayor logro de una obra de literatura es la innovación al expresar los sentimientos. Nada que ver, “Es reflejar la experiencia humana desde lo inasible de las palabras”, con el tiempo esta versión de mi opositora me fue convenciendo.
Es justo eso. Es la búsqueda de esa verdad a través de la ficción. Es construir un reflejo -como un espejo- a partir de ladrillos líquidos y polisemánticos, las palabras y el lenguaje. Entonces, una obra de literatura es un ejercicio de valentía. Enfrenta de lleno el miedo, los duendes de nuestra fragilidad, de la enfermedad, del amor, del odio, y la muerte. “No hay gran expedición, en arte, que no se la emprenda bajo peligro de vida”, Bretón no lo pudo haber formulado mejor.
Fernanda Verdesoto Ardaya nos extiende una pastilla y nos pregunta si tenemos la fuerza de tomarla. Su último libro, Jano Bifronte, es un hueco de conejo por el que podemos caer, un trance que lleva al mundo de las maravillas. Pero allí está lo interesante, nunca fue solo fantasía el mundo de Alicia. Es un reflejo.
Y -como todo reflejo- mientras más claro, mejor. Que las metáforas y las figuras retóricas no nos induzcan a error, no nublan la realidad; por el contrario, están allí para esclarecerla, para que podamos aprenderla y aprehenderla mejor.
Leer el libro de la boliviano-ecuatoriana me hizo acuerdo del diálogo con el gato de Cheshire. Yo, Alicia, le pregunto al gato, Fernanda, “¿a donde debo ir?” “Eso depende de a dónde quieres llegar”. “No me importa mucho…”. “Oh, siempre llegarás a un lugar,” responde Fernanda, “si caminas lo bastante.”
Y, luego del trance salir, ¿por qué no? Como Dante salió del hueco luego de recorrer la Divina Comedia. Seguir con nuestras vidas, pero con una visión más clara; como cuando despertamos de uno de esos sueños que nos ayudan a dilucidar ese alucine que es existir.