Porte y ademanes solemnes: camisa blanca de cuello y puños almidonados, traje de casimir y corbata de color oscuro, zapatos lustrosos y un aire sobrio rubricaban su presencia física. ¿Alguien lo escuchó alguna vez reírse a carcajadas? Reservado, grave, cortés y distante, sus gestos eran medidos: los de un hombre de linaje originario de otros tiempos.
En las reuniones en las cuales coincidimos o en su modesta casa en el centro norte de Quito –no obstante su misantropía–, departimos extensos diálogos en los cuales no se excluía la política.
Gustavo Alfredo Jácome fue de izquierda y ejercía la presidencia del Comité de Solidaridad con Nicaragua, en tiempos en los cuales dictaduras militares asolaban nuestro continente. (“El amor es sobre todo el deseo de salir de uno mismo”, dijo Baudelaire). Algo de eso rondaba en sus breves reseñas amorosas de las cuales fui una suerte de confidente.
Pienso en los ajetreos que nos vinculaba en contra de los absolutismos y en lo que haría, íntegro como él solo, frente a los tiranuelos que ahora asuelan nuestra región en nombre de la más digna utopía humana, el socialismo. Alfredo (así le agradaba que lo nombrasen) me otorgó su amistad y, cuando salió a la luz su novela emblemática “Porqué se fueron las garzas”, me pidió que la presentara. Fue traducida a varios idiomas y celebrada fuera del país. El personaje erigido por Jácome –acierta Jorge Enrique Adoum– no es tratado con empatía o acercamiento fácil, es cala honda del alma india y sus esencias constitutivas.
Espejo de doble rostro, historia y narración son dos reconstrucciones seducidas por el tiempo. Las dos exaltan el infortunio y la grandeza del destino humano. Sin embargo, la historia es un saber científico, la novela un saber de ficción. Historia y ficción fluyen por las páginas de “Porqué se fueron las garzas”, que deja en el lector la sensación de una rugosa, espléndida sensación de vida. ¿Alguien ha oído hablar de ella o de su autor?
Jácome, poeta, estilista, cuentista, novelista, maestro por antonomasia –decenas de generaciones de profesores de castellano y literatura fueron fraguadas por él o sus libros–, encarnó la honestidad intelectual más rigurosa. Su timbre de orgullo era conocido y comentado por todos. Pero de él podría decirse que la especie más temible de los orgullosos es la de aquellos que tienen motivos para serlo.
Más, acaso: un hombre con poder de maestría, es decir, con capacidad de repartir sus dones entre sus semejantes. Adelantado de nuestra literatura infantil; cuentista; autor de textos de estudio: gramática y puntuación, ensayos estilísticos y semióticos, y estudios académicos.
El legado de Gustavo Alfredo Jácome no solo debe ceñirse a su vasta obra idiomática y literaria, sino a su itinerario vital, en el cual esplendió su compromiso con la libertad, su eticidad, su insumisión y su nítido orgullo.