Suscita “vergüenza ajena” las declaraciones de funcionarios de algunos gobiernos locales que exhibiendo encuestas hablan con tanta seguridad de porcentajes altos de apoyo a su gestión, cuando la mayoría de pobladores en las calles, tiendas, taxis y reuniones se quejan de su administración.
Tales funcionarios ¿se auto convencen o efectivamente creen lo que le dicen sus encuestadores? Vaya uno a saber… Lo cierto es que a veces las “realidades inventadas” por esos “magos de las encuestas”, aún siendo mentiras o medio verdades, calan en la conciencia de la gente. Su creación de laboratorio se convierte en realidad a través de la propaganda. (Por cierto no solo hay “magos”, también hay encuestadoras serias).
¿Se puede inventar “verdades” en el escritorio y luego transformarlas en realidad? Sí. El pasado de la humanidad está plagado de estas prácticas, a tal punto que cualquiera puede dudar con razón de la historia que aprendió en la escuela, ya que seguramente gran parte de ella sea falsa. También, si es despierto, debe relativizar la veracidad de la información que recibe del poder, de cualquier poder. Lo efectivo es que, al menos en política, hay mucha parafernalia, teatro, “cortinas de humo”, contra información, más aún en esta época en que reina la televisión, el cine y el internet. Es triste reconocerlo, pero hoy el político “exitoso” es el que más desarrolla sus capacidades histriónicas y el que tiene algún genio de la propaganda, un Goebbels, a sus espaldas.
De este y de otros temas se ocupa Umberto Eco en su estupenda novela ‘El Cementerio de Praga’. En efecto, este famoso semiólogo y escritor italiano, doctor en filosofía de la universidad de Turín y célebre autor de ‘El Nombre de la Rosa’ y del ‘Péndulo de Foucault’ a través del relato de las memorias del capitán Simonini, un piamontés radicado en París del Siglo XIX, describe su capacidad cínica y magistral de forjar documentos falsos, historias y conspiraciones fantásticas de gobiernos, judíos, jesuitas y masones en un juego de “inteligencia”, “contrainteligencia” y espías, en la que la única verdad al final es el dinero que recibe el “artista del espionaje” y lo cierto son los poderosos intereses de quienes lo contratan.
Entonces “nada es lo que es, nadie es lo que dice ser y todo es según convenga” al que paga por forjar la “realidad”.
Pero Umberto Eco va más allá. Para que los Simonini tengan éxito no solo se requiere de los que le contratan, sino de los que le creen: “La característica de la gente es que está dispuesta a creérselo todo.““…No hay diferencia entre contar los amores serviles de Pío IX o los ritos homosexuales de algún satanista masón. La gente quiere historias prohibidas, y basta.”
Un antídoto contra los Simoninis y sus contratantes es la educación. Un pueblo más educado es menos manipulable.