Trágico destino el de las revoluciones que desembocan en desenfrenados aparatos de represión. Del esplendor y de la promesa, de la seducción y de la euforia, no van dejando sino ruinas morales y materiales, hasta el extremo de desconocerse y negarse a sí mismas para terminar dándose la mano con quienes fueron sus antípodas. Como si viviéramos en un mundo de sonámbulos, a veces me siento en combate con nuestros antiguos dictadores.
Quitémosle el nombre de Pinochet, Trujillo, Somoza o Pérez Jiménez a los argumentos que los personeros de la revolución bolivariana esgrimen contra Internet, y haremos un viaje surrealista al pasado. Nos preguntaremos (fatalmente) por qué se combatieron aquellas dictaduras si sus argumentos para censurar, controlar, falsear, discriminar, imponer, resultan los mismos que sus supuestos adversarios repiten.
Convendría, a manera de ilustración, intentar una antología de lo que el generalísimo Francisco Franco y Bahamonde, ‘Caudillo de España por la gracia de Dios’, predicaba sobre los ‘perniciosos efectos de la libertad de expresión’. Franco no estaría solo en la tal antología de la intolerancia, pues lo escoltaría la cohorte de dictadores que combatieron a sangre y fuego a quienes no se les inclinaron ni callaron.
La revolución bolivariana le ha declarado la guerra a muerte a Internet.
Esa fue la excusa, pero en realidad tiene otros orígenes: la incompatibilidad del régimen con la libertad de pensamiento y con la libertad de expresión.
Da pena leer los periódicos extranjeros que difundieron la noticia: el gobierno revolucionario de Venezuela se proponía controlar Internet y establecer la censura previa. Refieren que el régimen no tolera las redes sociales y sus personeros se irritan cuando son mencionados en Facebook o Twitter. Obviamente, están incómodos, temerosos, aprensivos, con ese invento infernal: Internet y las ilimitadas posibilidades que ofrece a los ciudadanos.
Que la gente se exprese por sí misma, sin intermediarios y sin preceptores, que escriba lo que piensa y describa lo que ve es algo subversivo, algo que atenta contra “la majestad del poder”.
Con los antecedentes de Cuba e Irán, de Corea del Norte o de Bielorrusia, los venezolanos tendríamos que bajar la cabeza para que no nos la corten.
Alegan que Internet “no puede ser un espacio sin ley”. Si quienes invocan tales argumentos respetaran el Estado de Derecho, las palabras tendrían resonancias menos hipócritas.
Si Gutenberg revolucionó el mundo y la cultura con la tipografía móvil, la revolución de Internet y sus implicaciones sobre la persona y la sociedad son impredecibles. Trágico destino el de las “revoluciones” que no pasan de imitar a viejos dictadores para justificar sus anacronismos.