El penúltimo mensaje a la Nación del presidente Correa no tuvo nada novedoso. Fue igual que el primero, que el segundo, que el cuarto, que el séptimo. En él, como en todos los demás, dijo que el suyo es el mejor gobierno de la historia; se autoproclamó refundador de la patria; declaró moverlo un amor infinito y ningún apetito personal; se puñeteó el pecho cual Tarzán por lo que considera sus logros; habló de sus carreteras, centrales hidroeléctricas, gasto social; atacó sin tregua a los de siempre, a la derecha, los medios, los mediocres, a todos sus detractores. Y, como en todos los anteriores, nos pintó un país perfecto y se declaró poseedor de absoluto de la razón. Un hervido de vanidad descontrolada disfrazado de humildad.
No faltaron las auto congratulaciones por su sacrificio y el homenaje a aquellos que le hacen tanta falta como Néstor Kirchner y Hugo Chávez. En realidad, el penúltimo mensaje presidencial a la Nación fue una pieza magistral de copia de todos los anteriores, que no tomó en cuenta un mínimo y pequeño detalle.
¿Cuál detalle? Que 2016 no es 2007, 2008, 2010, ni siquiera 2013 o 2014. En 2016 la caída del precio del petróleo y la crisis económica ya no se disfrazan con ficciones propagandísticas. Hoy es difícil sostener que existe un cambio de la matriz productiva cuando el PIB se desplomó a -4,5% y la caída de la producción real dejó de encubrirse tras el ‘boom’ de consumo de las clases medias.
Hoy la cantaleta del país que exportará tecnología suena un chiste de mal gusto cuando en 10 años no se pudo resolver lo esencial. Hoy es inverosímil decir que estamos mejor cuando las calles del Ecuador se llenan de informales vendiendo jugo de naranja, limón, guanábana o lo que sea. Hoy es un insulto saludar a Kirchner o a Chávez cuando se ha desnudado la impúdica corrupción del kirchnerismo argentino y Venezuela se desangra de corrupción, inoperancia y violencia oficial.
Uno se alegra de que jóvenes becados vuelvan de Harvard, pero sugerir que ahí está la salvación del país es falsear la lógica más elemental. Un enorme hueco fiscal no se resuelve cerrando organismos intrascendentes y anunciando más de lo mismo, herencias y plusvalías incluidas. Nos hubiera gustado conocer las maromas que realizan día a día para fondear su saco roto.
Las mismas palabras presidenciales, que en 2007 o 2011 sonaban a esperanza y a un discurso diferente, en 2016 se chocan contra una realidad que las desmiente. Hoy suenan a decadencia; huelen a terquedad.
La crisis ha cambiado el país pero el Presidente no se ha dado cuenta. Su penúltimo mensaje tuvo como referente la psiquis angustiada de alguien a quien le cuesta reconocer su fracaso, no las necesidades de un país que clama por un gobierno que responsablemente tome las riendas de la crisis. Correa habló para él y lo que cree será su legado. No habló ni siquiera para quienes cuyo trabajo es aplaudirle. Por eso nadie lo escuchó; por eso muy pocos supieron qué dijo. Fue un mensaje sin mensaje.
@cmontufarm