“¡Ya me censaron!”, le conté a una amiga. “¡Qué bien! “, me contestó, para luego inquirirme sobre si me habían hecho las preguntas sobre identidad de género y orientación sexual. “¿Las qué?”, le respondí. No tenía idea que había esas preguntas.
Y sí, tal vez a usted, que lee estas líneas, tampoco se las hayan hecho, y como yo, no sabía de su existencia, tal como confirmé luego con muchos de mis estudiantes que fueron censados físicamente.
Las preguntas son dos, la primera, ¿cómo se identifica de acuerdo a su género, masculino, femenino, trans masculino, trans femenina, no binario, no sabe/no responde?; y, la segunda si siente atracción afectiva, física o sexual por hombres, mujeres, por hombres y mujeres, otro o no sabe/no responde?. Y hay que hacerlas luego de que el encuestador informe entrevistado de la existencia de esas preguntas y si le permite realizarlas.
En mi caso, y en el de muchos otros ecuatorianos, esto ni siquiera se mencionó, lo que es preocupante por al menos tres cosas. La primera, porque el objetivo de un censo es determinar información estadística confiable sobre varias características de la población de un país, incluida su orientación sexual, a fin de formular políticas públicas acordes. ¿Esto cómo se puede hacer si las minorías sexualesquedan invisibilizadas?
La segunda da cuenta de que si los entrevistadores se niegan a hacer esa pregunta, pese a la obligación que tienen de hacerla, es porque todavía vivimos en una sociedad homofóbica y discriminatoria con las minorías sexuales.
Y la tercera nos deja dudas sobre la confiabilidad de un censo llevado a cabo por personas que deciden cuáles preguntas hacer y cuáles no, poniendo en duda la fiabilidad de los datos recogidos.
De esta forma, hago un llamado al INEC para instruir correctamente a sus censistas para que no se “olviden” de esas preguntas y a la ciudadanía para que pida que se hagan,aunque les parezcan incomodas, a fin de contar con información fiable que permita que este país progrese.