En el contexto que enfrentamos al tema la semana pasada, refirámonos a algunas manifestaciones de la ignorancia. Esto entendiendo que el defecto es social y políticamente relevante solo cuando sus titulares repercuten en la comunidad. Mientras los ignorantes se conserven aislados, o el pueblo les impida propagarse, a lo más se devorarán entre ellos. Sin embargo, contaminarán la sociedad si permitimos que circulen.
De los varios tipos que reconoce la doctrina uno de los éticamente más cuestionables es la “ignorancia estratégica”. Es el arte de ocultamiento de información, promovida por los gobiernos de turno y las fracciones de oposición, con el propósito de mantener a la población en inopia de data que al beneficiarla perjudica a los actores políticos. Variedad de ésta es la manipulación de comunicados con el mismo afán. La técnica da origen a conglomerados humanos que actúan con absoluto desconocimiento, y por ende solo siguen a los inmorales cual recua de rucios.
Relacionada con la anterior existe también una “ignorancia deseada”. Es propia de quienes se sienten a gusto en su rusticidad intelectual, pues así evitan el esfuerzo que demanda el saber. Prefieren el autoengaño, siendo que ello les habilita desempeñarse como meros mensajeros de sus capataces, sin recapacitación alguna. Al ser ignorantes se limitan a repetir lo poco que conocen sin caer en cuenta del penoso papel chancero que desempeñan.
Cuando existe un mínimo de valores éticos en el ignorante que se populariza, puede llegar a debatir su propia ignorancia. De allí nace la “ignorancia procesada”. El problema con ésta es de carácter temporal y espacial. Si el razonamiento es tardío, al mal causado de seguro será irreversible. En cuanto al espacio en que se da el cuestionamiento, para ser encomiable debe ser fuera de la zona de influencia de otros ignorantes. Si se produce en exclusiva ante similares o de la misma especie el juicio será nulo.
Estemos atentos a estigmatizar a los ignorantes, so pena de que sigan proliferando.