Dicen que no hay peor cosa que meterse donde a uno no le llaman. No es el caso. A la Iglesia, para que ejerciera mediación entre las partes, la llamaron tanto los movimientos indígenas cuanto el gobierno de la nación. Hoy, la palabra “pontificar” tiene mala prensa, pero significa, precisamente, tender puentes y aunar orillas de difícil encuentro. Unos han sido críticos con el papel ejercido por la Iglesia; otros han alabado y agradecido su papel moderador en un momento de crisis que, aunque no nos guste aceptarlo, presagiaba una auténtica guerra civil.
Los males que nos aquejan son sistémicos y de no fácil solución. Pero Ecuador tiene que afrontarlos con decisión, más allá de la inoperancia de los gobiernos de turno. Pasan los años, los regímenes, las palabras y las promesas, pero la pobreza que acompaña a los pueblos indígenas sigue ahí, como una bofetada a nuestros discursos de equidad y de integración. Siempre alguien podrá hablar de los “ponchos dorados”, pero sería suficiente con que subieran a los páramos, visitaran las comunidades, vieran cómo viven los pobres y se preguntaran si ustedes estarían dispuestos a vivir así.
La Iglesia no tiene una palabra partidista o técnica, no debe de meter las narices por ventanas ajenas. Debe de facilitar el diálogo, pensando en la dignidad de la persona, en el bien común y en el entendimiento entre ecuatorianos, llamados a vivir, diversos como son, en un mismo país. Así es el mundo (pienso en la España diversa y diferente y en este planeta tan difícil de conservar en progreso y en paz). Puede que muchos de nuestros políticos, en lo cotidiano, ninguneen a la Iglesia invocando un laicismo de rancia ideología. Pero no deja de ser un consuelo que en momentos como el actual de profunda crisis y conflictividad se acuerden de que todavía hay alguien capaz de sentar a los hijos en una misma mesa. Como hacían nuestros padres en Navidad.
En su día, leí las declaraciones de Monseñor Luis Cabrera a Vida Nueva (15/07/22). Rezuman claridad y sensatez y un profundo amor a un país que tiene como tarea aprender a vivir en democracia.